Cuéntame un cuento, abuelo
                  Dicen que cuento mentiras, pero yo hago cuentos, 
                    como mi abuelo.
                  Antes, cuando era más pequeño, 
                    el abuelo iba a buscarme al colegio. A veces me llevaba a 
                    jugar al Retiro; nos sentábamos en los escalones del 
                    estanque y echábamos migas de pan a los peces. Ahora, 
                    como ya soy más mayor, voy solo. 
                    Pero por la noche, cuando no puedo dormir, sigue viniendo 
                    a mi habitación a contarme historias. 
                    El abuelo Nicolás cuenta historias increíbles.
                    Yo le pido que me cuente otra vez cuanto estuvo viviendo en 
                    una isla desierta. Dice que allí fue muy feliz, viviendo 
                    solo, que tenía de todo y no necesita de nada. 
                    -¿Y nunca te aburrías, abu?
                    -No. Jugaba con las nubes. Ellas hacían dibujos en 
                    el cielo y yo tenia que adivinar que eran, de que se disfrazaban; 
                    y por la noche contaba estrellas ¿Sabes que forman 
                    familias? Como Casiopea, Capricornio, Draco…constelaciones 
                    se llaman y juntas forman galaxias…y luego, más 
                    allá, están las nebulosas, como la del Gato…
                    Yo me mareo un poco imaginando tanto espacio, con tantas cosas. 
                    Me hace dibujos sobre un papel para que no me pierda y sigue 
                    contándome.
                    -…Y a veces cuando una estrella está aburrida, 
                    hace un viaje, se lanza rauda y veloz y desaparece dejando 
                    su estela. Se llaman estrellas fugaces, y cuando viajan muchas 
                    a la vez se dice que hay lluvia de estrellas.
                    -Cuéntame cómo llegué a tu isla, abuelo.
                    -Llegaste en una barca a la deriva. Y te puse por nombre Adrián 
                    que significa, el que viene del mar, más allá 
                    del Adriático. Pero para los druidas celtas…
                    -¿Cómo Asterix?
                    -Asterix es galo. Te hablo de los celtas, para los que Adrián 
                    era el guerrero de los ojos negros, como los tuyos. También 
                    significa nido de cuervos o urracas. 
                    -Ese no me gusta. ¿Y por qué no volvemos a la 
                    isla, abuelo?
                    Me siento frente a él y saca un papel muy arrugado 
                    de su bolsillo. Es un dibujo muy raro. Me lo da, dice que 
                    es la isla donde estuvo viviendo, que me lo guarde y que cuando 
                    sea mayor vaya a buscarla. Y mientras me cuenta, es como si 
                    estuviésemos viajando hacia allí.
                  Yo me parezco al abuelo Nicolás porque 
                    también cuento historias. A veces me regañan 
                    porque dicen que cuento mentiras, pero yo hago cuentos, como 
                    mi abuelo. 
                   Hoy me ha dicho mamá que deje de inventar, 
                    que no pude estar anoche con el abuelo Nicolás, porque 
                    el abuelo Nicolás hace meses que se fue a vivir ‘al 
                    sitio del que no se vuelve’. 
                    Y lo decía con una voz muy rara que me ha hecho sentir 
                    algo extraño, como una bola en el pecho, o en la garganta, 
                    y no son anginas. 
                    Es como si hubiese perdido una parte de mí que se ha 
                    llevado él. Dice papá que eso es la nostalgia 
                    y que se pasa con los años. ¿Cuántos 
                    años?
                    Creo que no me quieren decir que se ha ido otra vez a vivir 
                    a su isla. No importa, solo tengo que cerrar los ojos y recordar 
                    los suyos, entonces oigo sus palabras. 
                    Cuando sea mayor le mandaré un mensaje en una botella 
                    que es como me dijo se escriben cartas los que viven en una 
                    isla. 
                    
                    Midiendo las armas
                  
                    -¿Quién ha decidido que tú seas el jefe?¿Por 
                    qué no voy a serlo yo?
                    Pablo me está retando. Lleva unos días un poco 
                    raro.
                    -Bueno, pues hacemos una cosa: el que tenga el arma mejor, 
                    será el jefe. Es lo justo.
                    -Vale, ¿y dónde está tu arma? porque 
                    yo no la veo.
                    -Ya te he dicho que es un secreto y que no la he podido traer. 
                    Mi madre no me deja sacarla a la calle. Pero esta tarde saldré 
                    de casa sin que me vea. Y verás como seré yo 
                    el jefe, el que dirija la batalla para rescatar a la princesa 
                    y… 
                    -Pues no sé de que sirve un arma que no puedes usar. 
                    Mira, yo he traído mi tirachinas. 
                    -¡Un tirachinas! ¡Pues vaya cosa! Menuda miiierda 
                    de jefe…
                    Pablo me mira muy serio, aprieta los labios tan fuerte que 
                    se le convierten en una raya. Luego se da la vuelta mientras 
                    dice que él también se va a buscar un arma secreta 
                    y se larga. Le llamo varias veces pero no me hace caso. Se 
                    ha enfadado. Últimamente está muy raro. Me vuelvo 
                    a casa dándole vueltas al asunto. 
                    Creo que es desde el día en que le conté lo 
                    de que mi abuelo viene por la noche a contarme historias y 
                    que hago viajes como en sueños y él me dijo 
                    que a veces también viaja pero sin moverse del sitio 
                    y me reí de él y le dije que sus ‘cuentos’ 
                    son casi tan buenos como los míos, y se le llenaron 
                    los ojos de agua que no salió... porque estaba Paula 
                    delante y los dos nos reíamos…Entonces se nos 
                    ocurrió lo de nombrar un jefe; el otro sería 
                    ‘el mejor amigo del jefe’, y Paula ‘la novia 
                    del jefe’. Paula no dijo ni que sí ni que no, 
                    o dijo que sí y luego que no, como hacen las niñas, 
                    no sé. 
                  Nada más entrar en casa me regañan 
                    por llegar tarde, luego, por sentarme a la mesa sin lavarme 
                    las manos, y después porque he retirado el plato antes 
                    de que mamá terminara de servirme y se ha manchado 
                    el mantel. Papá y mamá están muy serios, 
                    no se hablan; hasta que papá dice ‘pásame 
                    el vino’, y mamá se lo pasa sin mirarle. Y eso 
                    todavía es peor. Eso, es que están muy enfadados. 
                    Mejor, así puedo pensar en mis cosas. ¿Cómo 
                    voy a sacar mi arma de casa sin que me vean? Discutí 
                    con mamá cuando al salir esta mañana me pillo 
                    y me dijo que dónde iba con un arma, que era un peligro. 
                    Amenazó con ‘conciscarla’, creo que dijo, 
                    y casi me eché a llorar cuando me enteré lo 
                    que eso significa: ‘quitármela, guardarla y esconderla 
                    hasta que sea mayor’. Es el ultimo regalo que me hizo 
                    la tía Lula; cuando me lo dio, mamá pego un 
                    grito y le dijo que a solo a ella se le podía ocurrir 
                    regalarle a un niño algo tan peligroso. Mi tía 
                    me hizo un guiño mientras nos contaba que al pasar 
                    el aeropuerto casi la detienen, pero que en Santo Domingo 
                    es una herramienta de trabajo, y que nada más verla 
                    se acordó de mí, que era lo que mejor le iba 
                    a mis ojos. Al final de la discusión con mamá 
                    está mañana, cuando le he recordado lo de mi 
                    ultimo juguete preferido, el que metió en la lavadora 
                    y dejo ciego, y se le salieron las tripas…y que aunque 
                    lo cosió, el oso, ya nunca volvió a ser ‘mi 
                    oso’, la culpa casi la ablanda, pero no lo suficiente. 
                    Siguió prohibiéndome jugar con armas blancas, 
                    y aunque le dije que no era blanca, no hubo manera. 
                    Termino de comer y me voy a mi habitación. Tengo que 
                    inventar una forma de salir con mi arma. Es mi amuleto. La 
                    fuerza, el poder. Con ella en las manos me convierto en el 
                    “El Guerrero de los Ojos Negros”, como me dijo 
                    el abuelo. No me preocupa lo que pueda pasar, sino lo que 
                    hay que hacer. 
                    Más tarde, sin que nadie me vea salgo de casa. Llego 
                    al descampado y ya están casi todos allí. Aun 
                    falta Pablo. Se quedan con la boca abierta cuando me ven sacar 
                    mi espada y están todos de acuerdo: tengo la mejor 
                    arma; me nombran capitán, así que organizo la 
                    expedición para salir al rescate de la princesa. 
                    Al rato, cada uno ha tirado para un lado; estoy solo, pero 
                    sólo siento miedo por ella. Tengo que llegar hasta 
                    el callejón donde está encerrada mi dama. Cuando 
                    la libere me dará un beso, mi premio y seremos novios. 
                    Con el poder que me da mi espada venceré a todos los 
                    villanos, piratas, infieles y bellacos, …como dicen 
                    en el cine, ¡pardiez!
                    Ya he llegado. Abro la puerta y allí está ella, 
                    mi princesa. No veo ni al dragón ni al moustro de las 
                    dos cabezas. Solo tebeos por todas partes. Paula están 
                    tranquilamente sentada, leyendo. 
                    Entro como un huracán y le digo:
                    -Ya estoy aquí. He venido a rescatarte, princesa.
                    Ella me mira sonriente, pero su sonrisa me parece una burla. 
                    
                    -Está muy bien lo de princesa pero ¿quién 
                    te ha dicho que quiero ser rescatada?
                    Pablo está con ella. Ha sido él quien le ha 
                    traído ese montón de tebeos. ¡Esa era 
                    su arma secreta! 
                    
                    La verdad de la mentira
                  ¡Ya estoy hasta las narices! Siempre me 
                    están acusando de mentir. Y contar cuentos no es mentir, 
                    inventar historias, adornar los sueños, exagerar un 
                    poco… ¡no es mentir! Además, los mayores 
                    sí que mienten: mi madre cuando me dice, ‘dile 
                    que no estoy’, para no ponerse al teléfono; y 
                    papá, cuando le dice a ella, ‘no has engordado 
                    nada’, mientras se prueba la ropa del año pasado 
                    y no le cabe. Y cuando en el cole pregunta el profe ‘¿quién 
                    ha sido?’ y todos callamos, entonces, todos mentimos 
                    porque es peor ser un acusica. 
                    Una de las primeras mentiras que dicen que dije fue cuando 
                    se estropeó el video. Papá me preguntó 
                    qué le había hecho y yo contesté que 
                    nada, luego, cuando lo llevaron a arreglar y apareció 
                    mi soldado perdido dentro, me castigó sin ver la tele 
                    dos semanas. Si le digo que estaba jugando a la guerra y el 
                    soldado se coló allí para salvar la vida, tampoco 
                    me hubiese creído y me hubiese soltado la frasecita 
                    de ‘no inventes, Adrián’. 
                    Papá primero me dice que esta muy mal mentir pero luego, 
                    cuando le digo que qué pasa con los Reyes Magos, que 
                    ya me enteré que son los padres, contesta 
                    - Hay mentiras peores que otras, Adrián. 
                    -¿Y el Ratoncito Pérez? ¿Y Pinocho? 
                    Yo no lo entiendo. Y también es mentira que crezca 
                    mi nariz, y que salgan manchas blancas en las uñas. 
                    Luego me ha dado una charla de las suyas; metafísica, 
                    lo llama.
                    -A veces en una mentira hay una parte de verdad, pero es complicado 
                    verla. Además debes saber, Adrián, que hay que 
                    tener muy buena memoria para ser un mentiroso porque cuando 
                    dices una mentira, luego tienes que inventar otras veinte 
                    para sostenerla, y ¿quién se acuerda de tantas 
                    para no meter la pata? Te conviertes en una araña tejiendo 
                    su red para atrapar a otros, el peligro es que acabes atrapado 
                    en tu propia mentira. Para mentir bien, hay que ser muy buen 
                    actor. 
                    -Entonces hay mentiras y mentiras –le digo- y mentiras 
                    que son casi verdad, y verdades que parecen mentiras, y… 
                    Me he vuelto a hacer un lío, papá. Porque, por 
                    ejemplo, cuando le dije a Pablo el otro día que aunque 
                    le hubiese llevado a Paula toda su colección de tebeos, 
                    no querría ser su novia porque ella me había 
                    dicho que él era un flojo, porque le habíamos 
                    visto llorar varias veces, y ella piensa que los niños 
                    no lloran -yo no le he explicado que se equivoca, sí 
                    lloramos, solo que a escondidas y casi siempre para dentro- 
                    Pablo se puso tan triste que todavía está enfermo, 
                    y yo estuve devolviendo toda la noche, creo que era un empacho 
                    de envidia, no de chuches cómo le dije mamá. 
                    Así que hay verdades que es mejor no contar, o le podía 
                    haber dicho solo la mitad.
                    -Eso es una verdad a medias –me dice papá- También 
                    podías haber dicho una mentira piadosa, que es cuando 
                    se miente para no causar pena. Pero ya seguiremos hablando 
                    otro día, creo que por ahora ya es suficiente para 
                    ti. 
                    Y como todo sucede por una razón aunque yo no la entienda, 
                    como diría papá, esta misma mañana la 
                    seño nos ha puesto un acertijo que era: “Vas 
                    por un camino y te encuentras con dos puertas; en cada una 
                    hay un hombre, uno siempre dice la Verdad y otro siempre la 
                    Mentira. Con una sola pregunta a uno de los dos has de descubrir 
                    la puerta que te lleva al camino correcto”. Lo he pensado 
                    mucho y por fin sé la respuesta, o sea, la pregunta 
                    que hay que hacer, pero la respuesta no es la verdad, la verdad 
                    que conduce al camino correcto; la solución es: “Si 
                    le pregunto a tu compañero qué puerta es la 
                    correcta ¿qué me respondería?; y tendría 
                    que tomar la contraria para ir por el buen camino”. 
                    Creo que encontré la verdad en la mentira.
                    Después mamá ha encendido el microondas para 
                    calentar el colacao y han empezado a salir chispas. Yo por 
                    un momento he creído que la guerra que organicé 
                    el otro día en mi habitación había llegado 
                    a proporciones tan grandes que toda mi casa estaba en llamas. 
                    Cuando al abrirlo ha encontrado varios de mis soldados, a 
                    mamá le iba a dar algo. Yo le he explicado que anoche 
                    se produjo una ofensiva masiva y estos soldados optaron por 
                    refugiarse allí dentro. No me ha creído, dice 
                    que los soldados no tienen vida propia, pero si no la tuviesen 
                    no organizarían maniobras cuando todos nos acostamos. 
                    
                    La he visto tan desesperada mientras me decía ‘Adrián, 
                    hijo, no sé que voy a hacer contigo’ que me ha 
                    dado pena y le he dicho una mentira piadosa, que creo es la 
                    peor de las mentiras: le he prometido que no voy a inventar 
                    más, que no voy a contar más cuentos. Y esa 
                    sí que es una gran mentira.
                   
                    Desengaño
                  Estamos jugando a las pesadillas; hoy manda 
                    Paula, solo ella puede dar instrucciones, nosotros hemos de 
                    obedecer. Así que estamos en su pesadilla: la aldea 
                    donde vive está siendo arrasada por un horda de terribles 
                    demonios. Se ha escondido entre unas piedras, pero no está 
                    a salvo, varios demonios la están buscando y pronto 
                    darán con ella. Yo estoy escondido un poco más 
                    allá, detrás, vigilando como un guardaespaldas. 
                    Jorge, que hace de malo, está a punto de caerle encima 
                    cuando Pablo llega corriendo a ayudarla. Mientras me peleo 
                    con Jorge les veo alejarse de la mano y pienso que ya no me 
                    apetece seguir jugando. Así que El Guerrero de los 
                    Ojos Negros guarda su katana, se aparta la larga melena con 
                    un gesto, y dice: “te perdono la vida”. Dejo a 
                    Jorge allí tirado y me voy a casa.
                    Cuando llego mamá está preparando la paella, 
                    papá leyendo el periódico. 
                    -Adrián, quiero hablar contigo. 
                    Esto es serio. Papá no suele anunciar cuando quiere 
                    hablar, lo hace sin más. Da igual lo que yo esté 
                    haciendo, viendo la tele, estudiando o jugando a las batallas; 
                    se acerca a mí, y empieza comentando algo relacionado 
                    conmigo o mi comportamiento, para luego irse por las ramas 
                    hasta que yo pierdo el interés por mi guerra o el libro, 
                    o el episodio de la tele se ha terminado y ya solo queda su 
                    voz. A veces hasta le escucho, e incluso me parece que cuenta 
                    cosas interesantes. Pero la mayoría no entiendo muy 
                    bien de qué habla. Aunque a él eso le da igual, 
                    vive en su mundo; yo en el mío. Pero cuando no sé 
                    algo, no tengo más que ir a él y preguntarle, 
                    siempre sabe la respuesta aunque a veces la deja para más 
                    tarde. Un día me di cuenta, que en esas ocasiones, 
                    consultaba en un libro, el diccionario. Papá es como 
                    el templo del saber, vive en el lugar más seguro del 
                    mundo, donde no pueden entrar demonios y donde no hacen falta 
                    armas. Allí está papá casi siempre. 
                    Ha empezado a hablarme de mi edad -porque mañana es 
                    mi cumple, seguro- de los juegos y de la vida real. Dice que 
                    todo cambia y que no hay que tener miedo. Todo eso ya lo sé. 
                    Miro de reojo la tele donde hay una guerra de las de verdad, 
                    esas en las que no se ven muertos. Me cuenta que el mundo 
                    no es perfecto y las personas tampoco. 
                    -¿Sabes lo que es idealizar, Adrián? –y 
                    sin esperar a que le conteste continua –Galileo predijo 
                    que si una bola de esfericidad perfecta rodara sobre un plano 
                    perfectamente horizontal, nada la detendría. Eso es 
                    una idealización, ¿entiendes? Como cuando creemos 
                    que algo es para siempre, …que nunca va a fallar. 
                    Digo que sí con la cabeza pero estoy pensando que los 
                    juegos tampoco son perfectos, o al menos no como yo me los 
                    imagino antes de jugarlos. Papá sigue con que a veces 
                    las cosas no son lo que parecen y la vida está llena 
                    de desengaños. Le interrumpo porque no sé que 
                    significa esa palabra. Papá se levanta y coge un libro 
                    de la estantería. 
                    -Toma. Todas las palabras están en el diccionario. 
                    Búscala.
                    “Desengaño: Conocimiento de la verdad con la 
                    que se sale del error o engaño en el que se estaba” 
                    leo, “Efecto de este conocimiento en el ánimo” 
                    sigo leyendo. Y luego más palabras raras: “desengarrafar”, 
                    “desengarzar”…A un lado veo la foto de un 
                    esqueleto, debajo dice “desenterrar”; busco esa 
                    palabra y pone: “Exhumar…”, que no la entiendo, 
                    luego la miro pienso, y sigo: “traer a la memoria lo 
                    olvidado y como sepultado en el silencio”. Eso es bonito. 
                    Me gusta esa palabra. Se me pasa el tiempo como en el mejor 
                    de los juegos, cuando quiero darme cuenta mamá nos 
                    está llamando para que nos sentemos a la mesa con un: 
                    “venga, que el arroz se pasa”. 
                    Como muy rápido porque después hemos quedado 
                    en casa de Jorge. Tiene un arco de los de verdad; se lo ha 
                    regalado su padre porque se ha comprado otro mejor, un poleas, 
                    lo llama, dice que esos son cojonudos, que siempre se acierta. 
                    Me parece a mí que el papá de Jorge está 
                    idealizando. Lo malo del arco es que cuando tiras la flecha 
                    ya no puedes hacer nada más. La espada, después 
                    del golpe, sigue en tu mano. Las flechas de Jorge están 
                    bajo llave porque son peligrosas, así que solo podemos 
                    mirarlo y pasarlo de unas manos a otras. 
                  Por la noche todo es más triste; papá 
                    está haciendo las maletas. Como mañana es mi 
                    cumple me llevará al Burger donde lo celebro y luego 
                    se irá a su ‘nuevacasadondepodré ircuandoquiera’. 
                    Ya ha tirado su flecha. 
                    Mamá irá más tarde y se quedará 
                    conmigo en la fiesta. Me lo cuenta mientras me da el beso-de-buenas-noches. 
                    Creo que ella prefiere la espada. Está intentando no 
                    llorar, aguantará hasta que yo no la vea. Le cojo la 
                    mano y le digo. 
                    -Mamá, te quiero mucho.
                    -Yo a ti más –me dice con una sonrisa que ilumina 
                    su cara. 
                    -¿Sabes mamá? Papá no es para tanto.
                    Antes de dormirme abro el regalo de papá y busco… 
                    la palabra desengaño ya la conozco y la palabra ‘parasiempre’ 
                    no está en mi diccionario. 
                    
                    Que el miedo no sepa que le tienes miedo
                  
                    El perro del vecino es una bestia.
                    Cada vez que me cruzo con él, me enseña los 
                    dientes y hace un ruido desde dentro de la garganta que me 
                    pone los pelos como escarpias. Cuando era más chico 
                    me daba mucho miedo, ahora hago como que no. Muestro indiferencia, 
                    miro para otro lado, pero a veces cuando noto su aliento en 
                    mi pierna siento ganas de echar a correr. Su dueño 
                    a penas le dice: “¡quieto, fiera!”, y le 
                    tira con fuerza de la correa, pero con una constancia y una 
                    falta de ganas que parece que al perro que le trae sin cuidado; 
                    como a él. 
                    Hoy ha faltado poco para que muerda a mamá. Dicen que 
                    los animales huelen el miedo, así que esto me lo confirma: 
                    ella debe tener bastante. Anda despistada y con esas gafas 
                    de sol, tan negras, con las que se tapa los ojos a todas horas…, 
                    claro, no ha visto al bicho y casi le pisa, luego del susto 
                    ha dado un grito y el perro se ha puesto a ladrar como un 
                    bárbaro. No sé quien estaba más cagado 
                    de los dos. 
                    Está muy rara. Desde que papá no vive aquí, 
                    llora mucho. Apenas sonríe, habla bajito, y cada día 
                    está más delgada. Esta mañana me he sentado 
                    un rato con ella en el borde de su cama, le he pasado el brazo 
                    por detrás y se me ha ocurrido decirle:
                    -Mamá, pareces un palillo en huelga de hambre.
                    Y se ha reído. Al menos aún le hago reír, 
                    creo que no está todo perdido. Le he hecho cosquillas 
                    y ella a mí, nos hemos revolcado por la cama, hemos 
                    jugado como cuando yo era un crío…pero de pronto, 
                    se ha puesto muy seria y me ha dicho 
                    -¡Basta ya, Adrián! Eres un bruto. 
                    -¡Mejor ser un bruto que un miedica llorón! 
                    No lo quería decir, pero se me ha escapado. Se le han 
                    puesto los ojos tan tristes y me ha mirado tan fijo que me 
                    ha parecido que me podía perder dentro de ellos y ahogarme. 
                    Casi se me saltan las lágrimas y me he enfadado. Estoy 
                    enfadado con todo, con papá, con el mundo, con ella 
                    y sobre todo conmigo. En realidad no sé porque y me 
                    parece que no saber, no conocer…, eso sí que 
                    es para tener miedo.
                    Por las noches ahora es ella la que me despierta a mí 
                    con los gritos de sus pesadillas; como yo a ella cuando era 
                    chico. Creo que le tiene miedo al futuro, o quizás 
                    a que el pasado se le instale en el presente y no consiga 
                    llegar a un futuro. No lo sé, ella no me lo cuenta 
                    y yo tampoco puedo verlo. Si nosotros y toda la casa fuese 
                    de cristal…el cuerpo, las paredes, el tejado… 
                    ¡todo de cristal! podríamos ver lo que ocurre 
                    al otro lado.
                    Por la noche vuelvo a oír sus gritos. Corro a su cuarto 
                    y enciendo la luz. Al pronto no veo nada, deslumbrado o ciego, 
                    es igual, veo tan poco en una situación como en la 
                    otra. Me quedo un momento allí quieto, parado al borde 
                    de la puerta, hasta que oigo su voz.
                    -Tranquilo, Adrián, solo era una pesadilla. 
                    Pero tiene una cara…, los ojos muy abiertos, muy parada, 
                    como en una foto; parece que la luz le da más miedo 
                    que la oscuridad. 
                    -¿Me quedo un rato contigo?
                    -No cariño, vete a tu cuarto y vuelve a dormir.
                    -Vale, mamá. Desde allí te veo. 
                    Le hago un guiño y consigo que vuelva a sonreírme. 
                    Tiene una sonrisa tan bonita que merece la pena cualquier 
                    esfuerzo que haga para arrancársela.
                    Vuelvo a la cama e intento dormirme sin pensar en nada. Dejar 
                    de tener miedo al miedo, eso es lo importante, lo acuciante: 
                    el resto vendrá solo.
                    Me acabo de despertar sudando como un cerdo. Juro que he oído 
                    a un animal gruñendo en mi oído, que he visto 
                    sus ojos brillando en la oscuridad. Aun siento su aliento 
                    en mi cara, me ha dado tanto asco que casi olvido sentir miedo. 
                    Me he quedado muy quieto, tan quieto que las palabras no salían 
                    de mi boca sino que se quedaba paradas en mi garganta. Tampoco 
                    es que intentase decir muchas, solo una, la de siempre en 
                    estos casos: “¡mamá!”. Pero no ha 
                    salido. Mejor. Si ella hubiese aparecido en mi pesadilla, 
                    si yo hubiese tenido que ser el que la rescatara, el que evitara 
                    que las mandíbulas de esa fiera se hundiesen en su 
                    carne, que igual era la mía…como en ese cuadro…El 
                    miedo devorándome… No puedo, no puedo con su 
                    miedo y el mío. Me rindo. Es demasiado peso para mí. 
                    
                    El resto de la noche ya no duermo. Me visto con mi armadura 
                    y empuño mi espada para volver a sentirme fuerte. Y 
                    me digo que al miedo solo hay que plantarle cara, que sepa 
                    que ya no le tienes miedo. Que no lo huela.
                    
                    Juego de manos, juego de villanos
                  Lo único malo de hacer trampas es cuando 
                    te pillan. 
                    -Ya no quiero jugar más. Estás haciendo trampas 
                    -me dice Macu.
                    -Bueno ¿y que hay de malo?
                    -Joe, tío, pues que así juegas con ventaja ¿no 
                    lo ves?
                    -Vale, pues hazlas tu también. Veremos entonces quién 
                    gana a hacer trampas. 
                    -¡Anda ya!
                    -¿Y si jugamos al mentiroso?
                    Sería genial. Hacer trampas con las cartas jugando 
                    al mentiroso. Un nuevo reto.
                    No entiendo porque se enfada. ¡Todos hacen trampas!, 
                    tampoco es para tanto. Además cuando juegas, estás 
                    jugando, es decir, que no es algo serio, no vas a perder la 
                    vida o algo así, y en el fondo lo que todos queremos 
                    es ganar ¿no? Pues eso. Que gane el que mejor las haga.
                    Yo las hago bien, debe ser por eso que ya casi ninguno de 
                    mis amigos quiere jugar conmigo a las cartas ni a ningún 
                    otro juego de azar. Y eso que a veces les dejo ganar, para 
                    que no se aburran mucho. 
                    Vale, lo reconozco: me gusta hacer trampa. Para mí 
                    forma parte del juego. Pero es como ser el más ingenioso, 
                    y ser ingenioso no debería considerarse igual que hacer 
                    trampa. ¿Y la magia? ¿hay trampa en un juego 
                    de magia? ¿Por qué no lo llamamos trampa sino 
                    truco? Todos sabemos que son trucos, pero queremos creer que 
                    hay algo sobrenatural en ello, que es verdad. Eso es como 
                    contarnos cuentos.
                    Y engañar sí es hacer trampas. Poner caras, 
                    disimular, no decir lo que se piensa, querer quedar bien…, 
                    todo eso sí es jugar sucio. Como hace Ramón, 
                    el amigo de mamá. 
                    Ella dice que está rehaciendo su vida, se lo oí 
                    el otro día cuando hablaba por teléfono con 
                    una amiga. Pero si rehacer su vida es salir con el gilipollas 
                    de Ramón, lo tenemos claro. Cada vez que va con nosotros 
                    de compras, se agencia libros y más libros, y le regala 
                    alguno a ella, diciéndole “éste te va 
                    a gustar”, y luego, el primer día que vino a 
                    casa y vio la enorme biblioteca que tiene mamá en el 
                    salón, se le puso cara de bobo y escuché como 
                    le preguntaba “¿los has leído todos?”. 
                    Y pensé ¿es que él no lee los suyos? 
                    entonces ¿qué pasa? ¿que los compra porque 
                    hace mono en las paredes de su casa?. Me parece que Ramón 
                    es un gran tramposo. 
                  -Yo siempre que hago solitarios hago trampas, 
                    pero como son para mi…; no estoy engañando a 
                    nadie –le digo a Macu. 
                    -¿Y que gracia tiene eso? Me pone de mala leche ver 
                    como tu mismo te haces trampas. 
                    -Pues a mí me divierte. Primero hago una pequeña, 
                    y si me vuelvo a atascar puedo llegar a cambiar una carta 
                    por otra sin ningún problema. 
                    -Eso es ir por el camino corto. 
                    -Y qué si yo no quiero ir por el largo. Si lo que me 
                    interesa es llegar y no el viaje. 
                    Ni mis amigos imaginarios, como Macu, quieren ya jugar conmigo 
                    a las cartas. Dicen que les hago trampas, pero los tramposos 
                    son ellos… ni siquiera existen.
                  También hay quien pone trampas para que 
                    otros caigan en ellas. A los cazadores que hacen eso no les 
                    llaman tramposos sino tramperos. 
                    Yo estoy preparando una para Ramón, el amigo de mamá. 
                    Voy a demostrar que no lee tantos libros como dice, y eso 
                    a mamá no le va a hacer mucha gracia; siempre está 
                    diciendo “que hay que leer más, que los libros 
                    te lo enseñan todo, que cualquier cosa que quieras 
                    saber está en ellos…”; y lo que es mejor, 
                    le voy a dejar como un tramposo. Siempre fardando de la enorme 
                    biblioteca de su casa, y de la otra, la de su chalet, vamos, 
                    que él los tiene todos y lo ha leído todo, y 
                    así siempre, solo para halagar a mamá, para 
                    ligársela. Y ella, para dejar de llorar la ausencia 
                    de papá, no solo le escucha sino que le cree. Y eso 
                    que mamá no es tonta, aunque últimamente lo 
                    está un poco. 
                    Tengo que pensarla bien, la trampa, digo, porque si no hago 
                    algo me voy a sentir como si le estuviese encubriendo, y mamá 
                    sin pruebas, sin claras evidencias como dice ella, no me va 
                    a creer, pensará que como no le trago le quiero desacreditar,… 
                    ¡como si yo no tuviese otras cosas mejor que hacer! 
                    Va a ser que yo tampoco soporto a los tramposos, pero es que 
                    no es lo mismo hacer trampas que te las hagan. 
                    Creo que ahora entiendo un poco mejor a mi amiga Macu. 
                    Voy a ver si hago las paces con ella. 
                    
                    Los amigos de mis padres o Un lunes por la mañana
                  Los miércoles y fines de semana los paso 
                    en el apartamento de papá, el resto en casa, con mamá. 
                    Siete días no pueden partirse justo por la mitad. 
                    Anoche, domingo, dormí con papá, y esta mañana 
                    antes de irme al cole he pasado por casa a recoger un libro 
                    que me faltaba. Era temprano. He entrado sin hacer ruido, 
                    y después de coger mi libro me he asomado al cuarto 
                    de mamá para darle un beso y una sorpresa. 
                    La sorpresa me la he llevado yo cuando visto dos cabezas sobre 
                    la almohada de su cama. He salido sin decir nada. 
                  En el recreo me han castigado por pegarme con 
                    otro niño. No por pelearme en realidad, sino porque 
                    era más pequeño que yo y le he machacado. Pero 
                    es que cuando nos ha cogido el balón y le he dicho 
                    que nos lo devolviera, se ha puesto hacer el gilipollas… 
                    No he podido aguantarme. Me he tirado encima suyo y le he 
                    empezado a dar puñetazos, patadas,… por donde 
                    pillaba, por todas partes. Yo no veía. Me daba igual. 
                    Hasta que ha llegado el profe de inglés y nos ha separado. 
                    El sangraba por la nariz; yo tenía sangre en las manos. 
                    He gritado y he seguido golpeando al aire un buen rato. Y 
                    cuando el profe ha dicho: “que mañana vengan 
                    tus padres a verme sin falta”, le he contestado: “¿quién? 
                    ¿mi padre o mi madre?. Hoy lunes estoy con mi madre, 
                    y mañana también, pero pasado estoy con mi padre. 
                    ¿A quién le digo que venga?”. Se ha quedado 
                    un rato callado, después me ha apartado el pelo de 
                    la frente y me ha contestado: “Que vengan los dos… 
                    mejor juntos”. 
                    Ninguno de mis amigos tiene padres separados. 
                  Cuando vuelvo a casa, desde la esquina, veo 
                    a mamá a lo lejos, en el portal. Me saluda. Yo hago 
                    como que no la veo. Me espera en la puerta hasta que llego.
                    -Hola, cariño… ¿qué pasa?
                    No sé que adivina en mi cara. Mamá me lee de 
                    un vistazo, por fuera y por dentro. 
                    -Nada.
                    -¿Cómo que nada? ¿Qué pasa Adrián?
                    Bajo la cabeza hacia el suelo. 
                    -Adrián, mírame ¿qué ocurre? Dime. 
                    ¿Ha pasado algo en el cole? ¿Te has peleado? 
                    ¿Te han castigado?. Adrián, me estás 
                    asustando…
                    Me coge de la barbilla y me obliga a mirarla. No puedo aguantar 
                    esos dos ojos que se clavan en los míos. Hace que me 
                    sienta pequeño, ridículo, casi nada; o… 
                    solo una parte de ella. 
                    -Vamos a dar un paseo. Caminar es bueno.
                    Tres manzanas más tarde vuelve a la carga. Al final 
                    tengo que confesar, abrir las compuertas. 
                    -Sí, me he peleado. Y sí, me han castigado. 
                    Pero no es eso.
                    -¿Pues qué es entonces?
                    -Esta mañana antes de ir al cole he pasado por casa.
                    -¿Y…?
                    -Estabas en la cama. Había alguien contigo. 
                    -¡Ya!
                    Lo ha dicho con un hilo de voz, como sin aire; en un suspiro. 
                    
                    -¿Quién?- le he soltado con rabia. 
                    Hemos seguido caminado. Mucho rato después ha empezado 
                    a hablar pero yo no he podido prestar atención hasta 
                    que he oído las palabras de otras veces.
                    -…cuando tu padre se fue…
                    -No mamá. No sé porque siempre dices eso. Cuando 
                    papá se fue… Os separasteis. 
                    -No, hijo. Tu padre se fue. Sí, nos separamos, claro, 
                    pero porque él se fue. Aunque no te guste oírlo, 
                    aunque no te guste como suena; a mí tampoco. Sucedió 
                    así. Se fue ¿vale?
                    No he querido discutir. Ella ya estaba llorando y no puedo 
                    con las lágrimas de mi madre. Son como riego con el 
                    que no puedo evitar crecer, hacerme mayor más aprisa 
                    que los demás. 
                    -Lo siento hijo. No volverá a pasar, te lo prometo. 
                    Ya sé que ahora no lo entiendes, pero cuando seas mayor…
                    -Sí, mamá. Vale. ¡Ah! que tenéis 
                    que ir papá y tú a hablar al cole. Juntos.
                    Mis amigos no tienen que saludar a los amigos de sus padres, 
                    en la cama, un lunes por la mañana. 
                    
                    El valor del dinero
                  Tengo paga los fines de semana pero no sé 
                    si no es mejor que te den siempre que pidas, como le pasa 
                    a Paula. Me tengo que ajustar a lo que me dan, sin extras, 
                    sin lujos; lo justo para el bocata de cada día y alguna 
                    chuche el finde. Vale que de momento no tengo grandes gastos, 
                    pero por ejemplo, para ir al cine tengo que ahorrar ¿dónde 
                    se ha visto eso?. 
                    Desde que papá y mamá se separaron, o como dice 
                    ella “desde que papá se fue de casa”, mi 
                    situación ha mejorado. Ahora la paga me la da él 
                    porque es con quien estoy el domingo, pero no sé si 
                    es que mamá se siente un poco culpable o que, el caso 
                    es que algún día entre semana me da algo, para 
                    el bocata, dice; yo lo guardo en la hucha. Y luego a papá 
                    casi siempre le saco algo más. Le digo que todo ha 
                    subido y que me aumente la paga, y de una vez para otra ni 
                    se acuerda lo que me da; antes se encargaba mamá de 
                    eso, que siempre lo tenía muy claro, lo que me daba, 
                    lo que me subía y cuando fue la ultima subida. Papá 
                    no se fija, así que siempre puedo cambiarle las cifras. 
                    
                    A veces pienso que mi madre está hecha de acero, como 
                    las espadas de los héroes. Creo que tiene prisa por 
                    que yo me haga mayor e independiente. Hoy me ha echado la 
                    charla porque dice que quiero “vivir por encima de mis 
                    posibilidades”. Supongo que se refiere a que papá 
                    puede comprarme más cosas que ella, pero no sé 
                    a que venía ese “y mientras otros rebuscan comida, 
                    sobras en los contenedores de basura, tú tiras las 
                    cosas a medio usar. Ahora no me vale o ya no lo quiero, bien… 
                    pues piénsate bien lo que vas a pedir estas Navidades, 
                    que sea lo justo. Aprende el valor del dinero. Y olvídate 
                    de marcas”
                  Hemos ido al Corte Ingles para luego escribir 
                    la carta a los Reyes Magos. Mi padre y yo, su novia y sus 
                    hijas. Todos juntos. La novia de mi padre tiene dos hijas, 
                    una de mi edad. Insoportable, mimada, llorona, …lo peor 
                    en niña. Y encima es mala con ganas. Hace lo posible 
                    por dejarme a mí como el malo de la película, 
                    para que echen la bronca. Casi siempre lo consigue. Al coger 
                    una muñeca de una estantería, ha tirado todo 
                    al suelo y antes de que nadie la viese, se ha colocado detrás 
                    de mí y me ha puesto la muñeca entre las manos. 
                    He quedado en primera línea de fuego y parecía 
                    que había sido yo quien había montado ese estropicio.
                    -¡Adrián!, pero ¿cómo es posible? 
                    ¡Mira que eres torpe! 
                    Mi padre, que está últimamente muy nervioso, 
                    habla por hablar. Prefiero no responder. 
                    -Lo siento.
                    -Ya sé que te aburre, pero te prometo que luego vamos 
                    a la sección de juguetes de chico. Ahora toca el de 
                    niñas. Y ¡deja esa muñeca!. 
                    -Vale, papá. 
                    Discutir con él no tiene sentido. Veo a la enana que 
                    sonríe como si nunca hubiese roto un plato. Me mira 
                    de refilón. Nunca te mira a los ojos, como si estuviese 
                    huyendo. Se cree más que yo porque su madre tiene más 
                    dinero que la mía. 
                  Por la noche, mamá insiste para que escriba, 
                    y ¡ya!, la carta a los Reyes. Este año tampoco 
                    me libro. La he dejado, antes de irme a la cama, en la mesa 
                    de la cocina, para que ella la vaya leyendo. 
                  Queridos Reyes Magos:
                    Este año me he portado todo lo bien que he podido, 
                    vosotros lo sabéis. 
                    Os he escrito un montón de cartas, una cada año 
                    desde que pude sujetar el lápiz. Al principio mamá 
                    me guiaba la mano, luego lo hice solo. En cada una hacía 
                    una lista de juguetes, de la que vosotros elegíais 
                    tres o cuatro. A mí siempre me parecía bien 
                    y un poco raro cuando me traíais cosas que no pedía, 
                    adivinando los deseos que yo no conocía. 
                    Como ya soy mayor, hace algún tiempo que conozco vuestro 
                    secreto; me he callado porque sé que a mamá 
                    le hace ilusión. Pero ésta será la ultima 
                    que carta que os escriba.
                    Dice mamá que no solo hay que pedir cosas materiales, 
                    que también se pueden pedir cosas que te gustaría 
                    que cambiasen, que mejorasen o sucediesen. 
                    Bien, pues quiero que papá me regañe menos y 
                    que mamá sonría más. No os voy a pedir 
                    que volvamos a vivir juntos, ellos dicen que no es posible. 
                    Pero me gustaría no tener que aguantar niñas 
                    tontas que me metan en líos, ni novios plastas. 
                    En cuanto a los juguetes, dejadme lo que queráis, lo 
                    haréis de igual forma. Si me ponéis ropa, que 
                    no sea de marca; no puedo vivir por encima de las posibilidades 
                    de mamá.
                    Dejad también más basura en los contenedores, 
                    para que así, los que no tienen de nada, puedan recoger 
                    algo. 
                    Adrián (El que viene del mar)
                  
                  
                  
                   
                  
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