Cuéntame un cuento, abuelo
Dicen que cuento mentiras, pero yo hago cuentos,
como mi abuelo.
Antes, cuando era más pequeño,
el abuelo iba a buscarme al colegio. A veces me llevaba a
jugar al Retiro; nos sentábamos en los escalones del
estanque y echábamos migas de pan a los peces. Ahora,
como ya soy más mayor, voy solo.
Pero por la noche, cuando no puedo dormir, sigue viniendo
a mi habitación a contarme historias.
El abuelo Nicolás cuenta historias increíbles.
Yo le pido que me cuente otra vez cuanto estuvo viviendo en
una isla desierta. Dice que allí fue muy feliz, viviendo
solo, que tenía de todo y no necesita de nada.
-¿Y nunca te aburrías, abu?
-No. Jugaba con las nubes. Ellas hacían dibujos en
el cielo y yo tenia que adivinar que eran, de que se disfrazaban;
y por la noche contaba estrellas ¿Sabes que forman
familias? Como Casiopea, Capricornio, Draco…constelaciones
se llaman y juntas forman galaxias…y luego, más
allá, están las nebulosas, como la del Gato…
Yo me mareo un poco imaginando tanto espacio, con tantas cosas.
Me hace dibujos sobre un papel para que no me pierda y sigue
contándome.
-…Y a veces cuando una estrella está aburrida,
hace un viaje, se lanza rauda y veloz y desaparece dejando
su estela. Se llaman estrellas fugaces, y cuando viajan muchas
a la vez se dice que hay lluvia de estrellas.
-Cuéntame cómo llegué a tu isla, abuelo.
-Llegaste en una barca a la deriva. Y te puse por nombre Adrián
que significa, el que viene del mar, más allá
del Adriático. Pero para los druidas celtas…
-¿Cómo Asterix?
-Asterix es galo. Te hablo de los celtas, para los que Adrián
era el guerrero de los ojos negros, como los tuyos. También
significa nido de cuervos o urracas.
-Ese no me gusta. ¿Y por qué no volvemos a la
isla, abuelo?
Me siento frente a él y saca un papel muy arrugado
de su bolsillo. Es un dibujo muy raro. Me lo da, dice que
es la isla donde estuvo viviendo, que me lo guarde y que cuando
sea mayor vaya a buscarla. Y mientras me cuenta, es como si
estuviésemos viajando hacia allí.
Yo me parezco al abuelo Nicolás porque
también cuento historias. A veces me regañan
porque dicen que cuento mentiras, pero yo hago cuentos, como
mi abuelo.
Hoy me ha dicho mamá que deje de inventar,
que no pude estar anoche con el abuelo Nicolás, porque
el abuelo Nicolás hace meses que se fue a vivir ‘al
sitio del que no se vuelve’.
Y lo decía con una voz muy rara que me ha hecho sentir
algo extraño, como una bola en el pecho, o en la garganta,
y no son anginas.
Es como si hubiese perdido una parte de mí que se ha
llevado él. Dice papá que eso es la nostalgia
y que se pasa con los años. ¿Cuántos
años?
Creo que no me quieren decir que se ha ido otra vez a vivir
a su isla. No importa, solo tengo que cerrar los ojos y recordar
los suyos, entonces oigo sus palabras.
Cuando sea mayor le mandaré un mensaje en una botella
que es como me dijo se escriben cartas los que viven en una
isla.
Midiendo las armas
-¿Quién ha decidido que tú seas el jefe?¿Por
qué no voy a serlo yo?
Pablo me está retando. Lleva unos días un poco
raro.
-Bueno, pues hacemos una cosa: el que tenga el arma mejor,
será el jefe. Es lo justo.
-Vale, ¿y dónde está tu arma? porque
yo no la veo.
-Ya te he dicho que es un secreto y que no la he podido traer.
Mi madre no me deja sacarla a la calle. Pero esta tarde saldré
de casa sin que me vea. Y verás como seré yo
el jefe, el que dirija la batalla para rescatar a la princesa
y…
-Pues no sé de que sirve un arma que no puedes usar.
Mira, yo he traído mi tirachinas.
-¡Un tirachinas! ¡Pues vaya cosa! Menuda miiierda
de jefe…
Pablo me mira muy serio, aprieta los labios tan fuerte que
se le convierten en una raya. Luego se da la vuelta mientras
dice que él también se va a buscar un arma secreta
y se larga. Le llamo varias veces pero no me hace caso. Se
ha enfadado. Últimamente está muy raro. Me vuelvo
a casa dándole vueltas al asunto.
Creo que es desde el día en que le conté lo
de que mi abuelo viene por la noche a contarme historias y
que hago viajes como en sueños y él me dijo
que a veces también viaja pero sin moverse del sitio
y me reí de él y le dije que sus ‘cuentos’
son casi tan buenos como los míos, y se le llenaron
los ojos de agua que no salió... porque estaba Paula
delante y los dos nos reíamos…Entonces se nos
ocurrió lo de nombrar un jefe; el otro sería
‘el mejor amigo del jefe’, y Paula ‘la novia
del jefe’. Paula no dijo ni que sí ni que no,
o dijo que sí y luego que no, como hacen las niñas,
no sé.
Nada más entrar en casa me regañan
por llegar tarde, luego, por sentarme a la mesa sin lavarme
las manos, y después porque he retirado el plato antes
de que mamá terminara de servirme y se ha manchado
el mantel. Papá y mamá están muy serios,
no se hablan; hasta que papá dice ‘pásame
el vino’, y mamá se lo pasa sin mirarle. Y eso
todavía es peor. Eso, es que están muy enfadados.
Mejor, así puedo pensar en mis cosas. ¿Cómo
voy a sacar mi arma de casa sin que me vean? Discutí
con mamá cuando al salir esta mañana me pillo
y me dijo que dónde iba con un arma, que era un peligro.
Amenazó con ‘conciscarla’, creo que dijo,
y casi me eché a llorar cuando me enteré lo
que eso significa: ‘quitármela, guardarla y esconderla
hasta que sea mayor’. Es el ultimo regalo que me hizo
la tía Lula; cuando me lo dio, mamá pego un
grito y le dijo que a solo a ella se le podía ocurrir
regalarle a un niño algo tan peligroso. Mi tía
me hizo un guiño mientras nos contaba que al pasar
el aeropuerto casi la detienen, pero que en Santo Domingo
es una herramienta de trabajo, y que nada más verla
se acordó de mí, que era lo que mejor le iba
a mis ojos. Al final de la discusión con mamá
está mañana, cuando le he recordado lo de mi
ultimo juguete preferido, el que metió en la lavadora
y dejo ciego, y se le salieron las tripas…y que aunque
lo cosió, el oso, ya nunca volvió a ser ‘mi
oso’, la culpa casi la ablanda, pero no lo suficiente.
Siguió prohibiéndome jugar con armas blancas,
y aunque le dije que no era blanca, no hubo manera.
Termino de comer y me voy a mi habitación. Tengo que
inventar una forma de salir con mi arma. Es mi amuleto. La
fuerza, el poder. Con ella en las manos me convierto en el
“El Guerrero de los Ojos Negros”, como me dijo
el abuelo. No me preocupa lo que pueda pasar, sino lo que
hay que hacer.
Más tarde, sin que nadie me vea salgo de casa. Llego
al descampado y ya están casi todos allí. Aun
falta Pablo. Se quedan con la boca abierta cuando me ven sacar
mi espada y están todos de acuerdo: tengo la mejor
arma; me nombran capitán, así que organizo la
expedición para salir al rescate de la princesa.
Al rato, cada uno ha tirado para un lado; estoy solo, pero
sólo siento miedo por ella. Tengo que llegar hasta
el callejón donde está encerrada mi dama. Cuando
la libere me dará un beso, mi premio y seremos novios.
Con el poder que me da mi espada venceré a todos los
villanos, piratas, infieles y bellacos, …como dicen
en el cine, ¡pardiez!
Ya he llegado. Abro la puerta y allí está ella,
mi princesa. No veo ni al dragón ni al moustro de las
dos cabezas. Solo tebeos por todas partes. Paula están
tranquilamente sentada, leyendo.
Entro como un huracán y le digo:
-Ya estoy aquí. He venido a rescatarte, princesa.
Ella me mira sonriente, pero su sonrisa me parece una burla.
-Está muy bien lo de princesa pero ¿quién
te ha dicho que quiero ser rescatada?
Pablo está con ella. Ha sido él quien le ha
traído ese montón de tebeos. ¡Esa era
su arma secreta!
La verdad de la mentira
¡Ya estoy hasta las narices! Siempre me
están acusando de mentir. Y contar cuentos no es mentir,
inventar historias, adornar los sueños, exagerar un
poco… ¡no es mentir! Además, los mayores
sí que mienten: mi madre cuando me dice, ‘dile
que no estoy’, para no ponerse al teléfono; y
papá, cuando le dice a ella, ‘no has engordado
nada’, mientras se prueba la ropa del año pasado
y no le cabe. Y cuando en el cole pregunta el profe ‘¿quién
ha sido?’ y todos callamos, entonces, todos mentimos
porque es peor ser un acusica.
Una de las primeras mentiras que dicen que dije fue cuando
se estropeó el video. Papá me preguntó
qué le había hecho y yo contesté que
nada, luego, cuando lo llevaron a arreglar y apareció
mi soldado perdido dentro, me castigó sin ver la tele
dos semanas. Si le digo que estaba jugando a la guerra y el
soldado se coló allí para salvar la vida, tampoco
me hubiese creído y me hubiese soltado la frasecita
de ‘no inventes, Adrián’.
Papá primero me dice que esta muy mal mentir pero luego,
cuando le digo que qué pasa con los Reyes Magos, que
ya me enteré que son los padres, contesta
- Hay mentiras peores que otras, Adrián.
-¿Y el Ratoncito Pérez? ¿Y Pinocho?
Yo no lo entiendo. Y también es mentira que crezca
mi nariz, y que salgan manchas blancas en las uñas.
Luego me ha dado una charla de las suyas; metafísica,
lo llama.
-A veces en una mentira hay una parte de verdad, pero es complicado
verla. Además debes saber, Adrián, que hay que
tener muy buena memoria para ser un mentiroso porque cuando
dices una mentira, luego tienes que inventar otras veinte
para sostenerla, y ¿quién se acuerda de tantas
para no meter la pata? Te conviertes en una araña tejiendo
su red para atrapar a otros, el peligro es que acabes atrapado
en tu propia mentira. Para mentir bien, hay que ser muy buen
actor.
-Entonces hay mentiras y mentiras –le digo- y mentiras
que son casi verdad, y verdades que parecen mentiras, y…
Me he vuelto a hacer un lío, papá. Porque, por
ejemplo, cuando le dije a Pablo el otro día que aunque
le hubiese llevado a Paula toda su colección de tebeos,
no querría ser su novia porque ella me había
dicho que él era un flojo, porque le habíamos
visto llorar varias veces, y ella piensa que los niños
no lloran -yo no le he explicado que se equivoca, sí
lloramos, solo que a escondidas y casi siempre para dentro-
Pablo se puso tan triste que todavía está enfermo,
y yo estuve devolviendo toda la noche, creo que era un empacho
de envidia, no de chuches cómo le dije mamá.
Así que hay verdades que es mejor no contar, o le podía
haber dicho solo la mitad.
-Eso es una verdad a medias –me dice papá- También
podías haber dicho una mentira piadosa, que es cuando
se miente para no causar pena. Pero ya seguiremos hablando
otro día, creo que por ahora ya es suficiente para
ti.
Y como todo sucede por una razón aunque yo no la entienda,
como diría papá, esta misma mañana la
seño nos ha puesto un acertijo que era: “Vas
por un camino y te encuentras con dos puertas; en cada una
hay un hombre, uno siempre dice la Verdad y otro siempre la
Mentira. Con una sola pregunta a uno de los dos has de descubrir
la puerta que te lleva al camino correcto”. Lo he pensado
mucho y por fin sé la respuesta, o sea, la pregunta
que hay que hacer, pero la respuesta no es la verdad, la verdad
que conduce al camino correcto; la solución es: “Si
le pregunto a tu compañero qué puerta es la
correcta ¿qué me respondería?; y tendría
que tomar la contraria para ir por el buen camino”.
Creo que encontré la verdad en la mentira.
Después mamá ha encendido el microondas para
calentar el colacao y han empezado a salir chispas. Yo por
un momento he creído que la guerra que organicé
el otro día en mi habitación había llegado
a proporciones tan grandes que toda mi casa estaba en llamas.
Cuando al abrirlo ha encontrado varios de mis soldados, a
mamá le iba a dar algo. Yo le he explicado que anoche
se produjo una ofensiva masiva y estos soldados optaron por
refugiarse allí dentro. No me ha creído, dice
que los soldados no tienen vida propia, pero si no la tuviesen
no organizarían maniobras cuando todos nos acostamos.
La he visto tan desesperada mientras me decía ‘Adrián,
hijo, no sé que voy a hacer contigo’ que me ha
dado pena y le he dicho una mentira piadosa, que creo es la
peor de las mentiras: le he prometido que no voy a inventar
más, que no voy a contar más cuentos. Y esa
sí que es una gran mentira.
Desengaño
Estamos jugando a las pesadillas; hoy manda
Paula, solo ella puede dar instrucciones, nosotros hemos de
obedecer. Así que estamos en su pesadilla: la aldea
donde vive está siendo arrasada por un horda de terribles
demonios. Se ha escondido entre unas piedras, pero no está
a salvo, varios demonios la están buscando y pronto
darán con ella. Yo estoy escondido un poco más
allá, detrás, vigilando como un guardaespaldas.
Jorge, que hace de malo, está a punto de caerle encima
cuando Pablo llega corriendo a ayudarla. Mientras me peleo
con Jorge les veo alejarse de la mano y pienso que ya no me
apetece seguir jugando. Así que El Guerrero de los
Ojos Negros guarda su katana, se aparta la larga melena con
un gesto, y dice: “te perdono la vida”. Dejo a
Jorge allí tirado y me voy a casa.
Cuando llego mamá está preparando la paella,
papá leyendo el periódico.
-Adrián, quiero hablar contigo.
Esto es serio. Papá no suele anunciar cuando quiere
hablar, lo hace sin más. Da igual lo que yo esté
haciendo, viendo la tele, estudiando o jugando a las batallas;
se acerca a mí, y empieza comentando algo relacionado
conmigo o mi comportamiento, para luego irse por las ramas
hasta que yo pierdo el interés por mi guerra o el libro,
o el episodio de la tele se ha terminado y ya solo queda su
voz. A veces hasta le escucho, e incluso me parece que cuenta
cosas interesantes. Pero la mayoría no entiendo muy
bien de qué habla. Aunque a él eso le da igual,
vive en su mundo; yo en el mío. Pero cuando no sé
algo, no tengo más que ir a él y preguntarle,
siempre sabe la respuesta aunque a veces la deja para más
tarde. Un día me di cuenta, que en esas ocasiones,
consultaba en un libro, el diccionario. Papá es como
el templo del saber, vive en el lugar más seguro del
mundo, donde no pueden entrar demonios y donde no hacen falta
armas. Allí está papá casi siempre.
Ha empezado a hablarme de mi edad -porque mañana es
mi cumple, seguro- de los juegos y de la vida real. Dice que
todo cambia y que no hay que tener miedo. Todo eso ya lo sé.
Miro de reojo la tele donde hay una guerra de las de verdad,
esas en las que no se ven muertos. Me cuenta que el mundo
no es perfecto y las personas tampoco.
-¿Sabes lo que es idealizar, Adrián? –y
sin esperar a que le conteste continua –Galileo predijo
que si una bola de esfericidad perfecta rodara sobre un plano
perfectamente horizontal, nada la detendría. Eso es
una idealización, ¿entiendes? Como cuando creemos
que algo es para siempre, …que nunca va a fallar.
Digo que sí con la cabeza pero estoy pensando que los
juegos tampoco son perfectos, o al menos no como yo me los
imagino antes de jugarlos. Papá sigue con que a veces
las cosas no son lo que parecen y la vida está llena
de desengaños. Le interrumpo porque no sé que
significa esa palabra. Papá se levanta y coge un libro
de la estantería.
-Toma. Todas las palabras están en el diccionario.
Búscala.
“Desengaño: Conocimiento de la verdad con la
que se sale del error o engaño en el que se estaba”
leo, “Efecto de este conocimiento en el ánimo”
sigo leyendo. Y luego más palabras raras: “desengarrafar”,
“desengarzar”…A un lado veo la foto de un
esqueleto, debajo dice “desenterrar”; busco esa
palabra y pone: “Exhumar…”, que no la entiendo,
luego la miro pienso, y sigo: “traer a la memoria lo
olvidado y como sepultado en el silencio”. Eso es bonito.
Me gusta esa palabra. Se me pasa el tiempo como en el mejor
de los juegos, cuando quiero darme cuenta mamá nos
está llamando para que nos sentemos a la mesa con un:
“venga, que el arroz se pasa”.
Como muy rápido porque después hemos quedado
en casa de Jorge. Tiene un arco de los de verdad; se lo ha
regalado su padre porque se ha comprado otro mejor, un poleas,
lo llama, dice que esos son cojonudos, que siempre se acierta.
Me parece a mí que el papá de Jorge está
idealizando. Lo malo del arco es que cuando tiras la flecha
ya no puedes hacer nada más. La espada, después
del golpe, sigue en tu mano. Las flechas de Jorge están
bajo llave porque son peligrosas, así que solo podemos
mirarlo y pasarlo de unas manos a otras.
Por la noche todo es más triste; papá
está haciendo las maletas. Como mañana es mi
cumple me llevará al Burger donde lo celebro y luego
se irá a su ‘nuevacasadondepodré ircuandoquiera’.
Ya ha tirado su flecha.
Mamá irá más tarde y se quedará
conmigo en la fiesta. Me lo cuenta mientras me da el beso-de-buenas-noches.
Creo que ella prefiere la espada. Está intentando no
llorar, aguantará hasta que yo no la vea. Le cojo la
mano y le digo.
-Mamá, te quiero mucho.
-Yo a ti más –me dice con una sonrisa que ilumina
su cara.
-¿Sabes mamá? Papá no es para tanto.
Antes de dormirme abro el regalo de papá y busco…
la palabra desengaño ya la conozco y la palabra ‘parasiempre’
no está en mi diccionario.
Que el miedo no sepa que le tienes miedo
El perro del vecino es una bestia.
Cada vez que me cruzo con él, me enseña los
dientes y hace un ruido desde dentro de la garganta que me
pone los pelos como escarpias. Cuando era más chico
me daba mucho miedo, ahora hago como que no. Muestro indiferencia,
miro para otro lado, pero a veces cuando noto su aliento en
mi pierna siento ganas de echar a correr. Su dueño
a penas le dice: “¡quieto, fiera!”, y le
tira con fuerza de la correa, pero con una constancia y una
falta de ganas que parece que al perro que le trae sin cuidado;
como a él.
Hoy ha faltado poco para que muerda a mamá. Dicen que
los animales huelen el miedo, así que esto me lo confirma:
ella debe tener bastante. Anda despistada y con esas gafas
de sol, tan negras, con las que se tapa los ojos a todas horas…,
claro, no ha visto al bicho y casi le pisa, luego del susto
ha dado un grito y el perro se ha puesto a ladrar como un
bárbaro. No sé quien estaba más cagado
de los dos.
Está muy rara. Desde que papá no vive aquí,
llora mucho. Apenas sonríe, habla bajito, y cada día
está más delgada. Esta mañana me he sentado
un rato con ella en el borde de su cama, le he pasado el brazo
por detrás y se me ha ocurrido decirle:
-Mamá, pareces un palillo en huelga de hambre.
Y se ha reído. Al menos aún le hago reír,
creo que no está todo perdido. Le he hecho cosquillas
y ella a mí, nos hemos revolcado por la cama, hemos
jugado como cuando yo era un crío…pero de pronto,
se ha puesto muy seria y me ha dicho
-¡Basta ya, Adrián! Eres un bruto.
-¡Mejor ser un bruto que un miedica llorón!
No lo quería decir, pero se me ha escapado. Se le han
puesto los ojos tan tristes y me ha mirado tan fijo que me
ha parecido que me podía perder dentro de ellos y ahogarme.
Casi se me saltan las lágrimas y me he enfadado. Estoy
enfadado con todo, con papá, con el mundo, con ella
y sobre todo conmigo. En realidad no sé porque y me
parece que no saber, no conocer…, eso sí que
es para tener miedo.
Por las noches ahora es ella la que me despierta a mí
con los gritos de sus pesadillas; como yo a ella cuando era
chico. Creo que le tiene miedo al futuro, o quizás
a que el pasado se le instale en el presente y no consiga
llegar a un futuro. No lo sé, ella no me lo cuenta
y yo tampoco puedo verlo. Si nosotros y toda la casa fuese
de cristal…el cuerpo, las paredes, el tejado…
¡todo de cristal! podríamos ver lo que ocurre
al otro lado.
Por la noche vuelvo a oír sus gritos. Corro a su cuarto
y enciendo la luz. Al pronto no veo nada, deslumbrado o ciego,
es igual, veo tan poco en una situación como en la
otra. Me quedo un momento allí quieto, parado al borde
de la puerta, hasta que oigo su voz.
-Tranquilo, Adrián, solo era una pesadilla.
Pero tiene una cara…, los ojos muy abiertos, muy parada,
como en una foto; parece que la luz le da más miedo
que la oscuridad.
-¿Me quedo un rato contigo?
-No cariño, vete a tu cuarto y vuelve a dormir.
-Vale, mamá. Desde allí te veo.
Le hago un guiño y consigo que vuelva a sonreírme.
Tiene una sonrisa tan bonita que merece la pena cualquier
esfuerzo que haga para arrancársela.
Vuelvo a la cama e intento dormirme sin pensar en nada. Dejar
de tener miedo al miedo, eso es lo importante, lo acuciante:
el resto vendrá solo.
Me acabo de despertar sudando como un cerdo. Juro que he oído
a un animal gruñendo en mi oído, que he visto
sus ojos brillando en la oscuridad. Aun siento su aliento
en mi cara, me ha dado tanto asco que casi olvido sentir miedo.
Me he quedado muy quieto, tan quieto que las palabras no salían
de mi boca sino que se quedaba paradas en mi garganta. Tampoco
es que intentase decir muchas, solo una, la de siempre en
estos casos: “¡mamá!”. Pero no ha
salido. Mejor. Si ella hubiese aparecido en mi pesadilla,
si yo hubiese tenido que ser el que la rescatara, el que evitara
que las mandíbulas de esa fiera se hundiesen en su
carne, que igual era la mía…como en ese cuadro…El
miedo devorándome… No puedo, no puedo con su
miedo y el mío. Me rindo. Es demasiado peso para mí.
El resto de la noche ya no duermo. Me visto con mi armadura
y empuño mi espada para volver a sentirme fuerte. Y
me digo que al miedo solo hay que plantarle cara, que sepa
que ya no le tienes miedo. Que no lo huela.
Juego de manos, juego de villanos
Lo único malo de hacer trampas es cuando
te pillan.
-Ya no quiero jugar más. Estás haciendo trampas
-me dice Macu.
-Bueno ¿y que hay de malo?
-Joe, tío, pues que así juegas con ventaja ¿no
lo ves?
-Vale, pues hazlas tu también. Veremos entonces quién
gana a hacer trampas.
-¡Anda ya!
-¿Y si jugamos al mentiroso?
Sería genial. Hacer trampas con las cartas jugando
al mentiroso. Un nuevo reto.
No entiendo porque se enfada. ¡Todos hacen trampas!,
tampoco es para tanto. Además cuando juegas, estás
jugando, es decir, que no es algo serio, no vas a perder la
vida o algo así, y en el fondo lo que todos queremos
es ganar ¿no? Pues eso. Que gane el que mejor las haga.
Yo las hago bien, debe ser por eso que ya casi ninguno de
mis amigos quiere jugar conmigo a las cartas ni a ningún
otro juego de azar. Y eso que a veces les dejo ganar, para
que no se aburran mucho.
Vale, lo reconozco: me gusta hacer trampa. Para mí
forma parte del juego. Pero es como ser el más ingenioso,
y ser ingenioso no debería considerarse igual que hacer
trampa. ¿Y la magia? ¿hay trampa en un juego
de magia? ¿Por qué no lo llamamos trampa sino
truco? Todos sabemos que son trucos, pero queremos creer que
hay algo sobrenatural en ello, que es verdad. Eso es como
contarnos cuentos.
Y engañar sí es hacer trampas. Poner caras,
disimular, no decir lo que se piensa, querer quedar bien…,
todo eso sí es jugar sucio. Como hace Ramón,
el amigo de mamá.
Ella dice que está rehaciendo su vida, se lo oí
el otro día cuando hablaba por teléfono con
una amiga. Pero si rehacer su vida es salir con el gilipollas
de Ramón, lo tenemos claro. Cada vez que va con nosotros
de compras, se agencia libros y más libros, y le regala
alguno a ella, diciéndole “éste te va
a gustar”, y luego, el primer día que vino a
casa y vio la enorme biblioteca que tiene mamá en el
salón, se le puso cara de bobo y escuché como
le preguntaba “¿los has leído todos?”.
Y pensé ¿es que él no lee los suyos?
entonces ¿qué pasa? ¿que los compra porque
hace mono en las paredes de su casa?. Me parece que Ramón
es un gran tramposo.
-Yo siempre que hago solitarios hago trampas,
pero como son para mi…; no estoy engañando a
nadie –le digo a Macu.
-¿Y que gracia tiene eso? Me pone de mala leche ver
como tu mismo te haces trampas.
-Pues a mí me divierte. Primero hago una pequeña,
y si me vuelvo a atascar puedo llegar a cambiar una carta
por otra sin ningún problema.
-Eso es ir por el camino corto.
-Y qué si yo no quiero ir por el largo. Si lo que me
interesa es llegar y no el viaje.
Ni mis amigos imaginarios, como Macu, quieren ya jugar conmigo
a las cartas. Dicen que les hago trampas, pero los tramposos
son ellos… ni siquiera existen.
También hay quien pone trampas para que
otros caigan en ellas. A los cazadores que hacen eso no les
llaman tramposos sino tramperos.
Yo estoy preparando una para Ramón, el amigo de mamá.
Voy a demostrar que no lee tantos libros como dice, y eso
a mamá no le va a hacer mucha gracia; siempre está
diciendo “que hay que leer más, que los libros
te lo enseñan todo, que cualquier cosa que quieras
saber está en ellos…”; y lo que es mejor,
le voy a dejar como un tramposo. Siempre fardando de la enorme
biblioteca de su casa, y de la otra, la de su chalet, vamos,
que él los tiene todos y lo ha leído todo, y
así siempre, solo para halagar a mamá, para
ligársela. Y ella, para dejar de llorar la ausencia
de papá, no solo le escucha sino que le cree. Y eso
que mamá no es tonta, aunque últimamente lo
está un poco.
Tengo que pensarla bien, la trampa, digo, porque si no hago
algo me voy a sentir como si le estuviese encubriendo, y mamá
sin pruebas, sin claras evidencias como dice ella, no me va
a creer, pensará que como no le trago le quiero desacreditar,…
¡como si yo no tuviese otras cosas mejor que hacer!
Va a ser que yo tampoco soporto a los tramposos, pero es que
no es lo mismo hacer trampas que te las hagan.
Creo que ahora entiendo un poco mejor a mi amiga Macu.
Voy a ver si hago las paces con ella.
Los amigos de mis padres o Un lunes por la mañana
Los miércoles y fines de semana los paso
en el apartamento de papá, el resto en casa, con mamá.
Siete días no pueden partirse justo por la mitad.
Anoche, domingo, dormí con papá, y esta mañana
antes de irme al cole he pasado por casa a recoger un libro
que me faltaba. Era temprano. He entrado sin hacer ruido,
y después de coger mi libro me he asomado al cuarto
de mamá para darle un beso y una sorpresa.
La sorpresa me la he llevado yo cuando visto dos cabezas sobre
la almohada de su cama. He salido sin decir nada.
En el recreo me han castigado por pegarme con
otro niño. No por pelearme en realidad, sino porque
era más pequeño que yo y le he machacado. Pero
es que cuando nos ha cogido el balón y le he dicho
que nos lo devolviera, se ha puesto hacer el gilipollas…
No he podido aguantarme. Me he tirado encima suyo y le he
empezado a dar puñetazos, patadas,… por donde
pillaba, por todas partes. Yo no veía. Me daba igual.
Hasta que ha llegado el profe de inglés y nos ha separado.
El sangraba por la nariz; yo tenía sangre en las manos.
He gritado y he seguido golpeando al aire un buen rato. Y
cuando el profe ha dicho: “que mañana vengan
tus padres a verme sin falta”, le he contestado: “¿quién?
¿mi padre o mi madre?. Hoy lunes estoy con mi madre,
y mañana también, pero pasado estoy con mi padre.
¿A quién le digo que venga?”. Se ha quedado
un rato callado, después me ha apartado el pelo de
la frente y me ha contestado: “Que vengan los dos…
mejor juntos”.
Ninguno de mis amigos tiene padres separados.
Cuando vuelvo a casa, desde la esquina, veo
a mamá a lo lejos, en el portal. Me saluda. Yo hago
como que no la veo. Me espera en la puerta hasta que llego.
-Hola, cariño… ¿qué pasa?
No sé que adivina en mi cara. Mamá me lee de
un vistazo, por fuera y por dentro.
-Nada.
-¿Cómo que nada? ¿Qué pasa Adrián?
Bajo la cabeza hacia el suelo.
-Adrián, mírame ¿qué ocurre? Dime.
¿Ha pasado algo en el cole? ¿Te has peleado?
¿Te han castigado?. Adrián, me estás
asustando…
Me coge de la barbilla y me obliga a mirarla. No puedo aguantar
esos dos ojos que se clavan en los míos. Hace que me
sienta pequeño, ridículo, casi nada; o…
solo una parte de ella.
-Vamos a dar un paseo. Caminar es bueno.
Tres manzanas más tarde vuelve a la carga. Al final
tengo que confesar, abrir las compuertas.
-Sí, me he peleado. Y sí, me han castigado.
Pero no es eso.
-¿Pues qué es entonces?
-Esta mañana antes de ir al cole he pasado por casa.
-¿Y…?
-Estabas en la cama. Había alguien contigo.
-¡Ya!
Lo ha dicho con un hilo de voz, como sin aire; en un suspiro.
-¿Quién?- le he soltado con rabia.
Hemos seguido caminado. Mucho rato después ha empezado
a hablar pero yo no he podido prestar atención hasta
que he oído las palabras de otras veces.
-…cuando tu padre se fue…
-No mamá. No sé porque siempre dices eso. Cuando
papá se fue… Os separasteis.
-No, hijo. Tu padre se fue. Sí, nos separamos, claro,
pero porque él se fue. Aunque no te guste oírlo,
aunque no te guste como suena; a mí tampoco. Sucedió
así. Se fue ¿vale?
No he querido discutir. Ella ya estaba llorando y no puedo
con las lágrimas de mi madre. Son como riego con el
que no puedo evitar crecer, hacerme mayor más aprisa
que los demás.
-Lo siento hijo. No volverá a pasar, te lo prometo.
Ya sé que ahora no lo entiendes, pero cuando seas mayor…
-Sí, mamá. Vale. ¡Ah! que tenéis
que ir papá y tú a hablar al cole. Juntos.
Mis amigos no tienen que saludar a los amigos de sus padres,
en la cama, un lunes por la mañana.
El valor del dinero
Tengo paga los fines de semana pero no sé
si no es mejor que te den siempre que pidas, como le pasa
a Paula. Me tengo que ajustar a lo que me dan, sin extras,
sin lujos; lo justo para el bocata de cada día y alguna
chuche el finde. Vale que de momento no tengo grandes gastos,
pero por ejemplo, para ir al cine tengo que ahorrar ¿dónde
se ha visto eso?.
Desde que papá y mamá se separaron, o como dice
ella “desde que papá se fue de casa”, mi
situación ha mejorado. Ahora la paga me la da él
porque es con quien estoy el domingo, pero no sé si
es que mamá se siente un poco culpable o que, el caso
es que algún día entre semana me da algo, para
el bocata, dice; yo lo guardo en la hucha. Y luego a papá
casi siempre le saco algo más. Le digo que todo ha
subido y que me aumente la paga, y de una vez para otra ni
se acuerda lo que me da; antes se encargaba mamá de
eso, que siempre lo tenía muy claro, lo que me daba,
lo que me subía y cuando fue la ultima subida. Papá
no se fija, así que siempre puedo cambiarle las cifras.
A veces pienso que mi madre está hecha de acero, como
las espadas de los héroes. Creo que tiene prisa por
que yo me haga mayor e independiente. Hoy me ha echado la
charla porque dice que quiero “vivir por encima de mis
posibilidades”. Supongo que se refiere a que papá
puede comprarme más cosas que ella, pero no sé
a que venía ese “y mientras otros rebuscan comida,
sobras en los contenedores de basura, tú tiras las
cosas a medio usar. Ahora no me vale o ya no lo quiero, bien…
pues piénsate bien lo que vas a pedir estas Navidades,
que sea lo justo. Aprende el valor del dinero. Y olvídate
de marcas”
Hemos ido al Corte Ingles para luego escribir
la carta a los Reyes Magos. Mi padre y yo, su novia y sus
hijas. Todos juntos. La novia de mi padre tiene dos hijas,
una de mi edad. Insoportable, mimada, llorona, …lo peor
en niña. Y encima es mala con ganas. Hace lo posible
por dejarme a mí como el malo de la película,
para que echen la bronca. Casi siempre lo consigue. Al coger
una muñeca de una estantería, ha tirado todo
al suelo y antes de que nadie la viese, se ha colocado detrás
de mí y me ha puesto la muñeca entre las manos.
He quedado en primera línea de fuego y parecía
que había sido yo quien había montado ese estropicio.
-¡Adrián!, pero ¿cómo es posible?
¡Mira que eres torpe!
Mi padre, que está últimamente muy nervioso,
habla por hablar. Prefiero no responder.
-Lo siento.
-Ya sé que te aburre, pero te prometo que luego vamos
a la sección de juguetes de chico. Ahora toca el de
niñas. Y ¡deja esa muñeca!.
-Vale, papá.
Discutir con él no tiene sentido. Veo a la enana que
sonríe como si nunca hubiese roto un plato. Me mira
de refilón. Nunca te mira a los ojos, como si estuviese
huyendo. Se cree más que yo porque su madre tiene más
dinero que la mía.
Por la noche, mamá insiste para que escriba,
y ¡ya!, la carta a los Reyes. Este año tampoco
me libro. La he dejado, antes de irme a la cama, en la mesa
de la cocina, para que ella la vaya leyendo.
Queridos Reyes Magos:
Este año me he portado todo lo bien que he podido,
vosotros lo sabéis.
Os he escrito un montón de cartas, una cada año
desde que pude sujetar el lápiz. Al principio mamá
me guiaba la mano, luego lo hice solo. En cada una hacía
una lista de juguetes, de la que vosotros elegíais
tres o cuatro. A mí siempre me parecía bien
y un poco raro cuando me traíais cosas que no pedía,
adivinando los deseos que yo no conocía.
Como ya soy mayor, hace algún tiempo que conozco vuestro
secreto; me he callado porque sé que a mamá
le hace ilusión. Pero ésta será la ultima
que carta que os escriba.
Dice mamá que no solo hay que pedir cosas materiales,
que también se pueden pedir cosas que te gustaría
que cambiasen, que mejorasen o sucediesen.
Bien, pues quiero que papá me regañe menos y
que mamá sonría más. No os voy a pedir
que volvamos a vivir juntos, ellos dicen que no es posible.
Pero me gustaría no tener que aguantar niñas
tontas que me metan en líos, ni novios plastas.
En cuanto a los juguetes, dejadme lo que queráis, lo
haréis de igual forma. Si me ponéis ropa, que
no sea de marca; no puedo vivir por encima de las posibilidades
de mamá.
Dejad también más basura en los contenedores,
para que así, los que no tienen de nada, puedan recoger
algo.
Adrián (El que viene del mar)
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