LAS LUCES DE TÁNGER

El debut de Frank Malamuerte en el mercado literario; aunque escribiendo el viajero incansable que es Frank lleva años, muchos años. Muchos kilómetros cabalgando sobre su animal de dos ruedas, mirando, viviendo y aprendiendo. Y convirtiendo su experiencia en relatos, excelentes relatos, los que componen estas LUCES DE TÁNGER.

 

 

PRÓLOGO DE:

El Hassane Arabi

Tánger o Tingis, ciudad mítica, testigo de grandes civilizaciones de la humanidad, ha logrado conservar su hechizo, su magia y su misterio escondido a través de los siglos. Si Marruecos para los occidentales ha representado especialmente la proximidad africana, Tánger es la ciudad más occidental de Oriente y a la vez la ciudad más oriental de Occidente. Ciudad de la mitología de Hércules, de viajeros aventureros como Ibn Batuta, de traficantes, de vicios, de fenicios, cartagineses, bizantinos, de moros y cristianos, de bohemios, de artistas, y de escritores, no en vano, es conocida entre los marroquíes como El Kelba, la perra o ciudad del diablo.

La internacionalización de Tánger a lo largo de la primera mitad del siglo veinte, hizo de esta ciudad un espacio cosmopolita donde coexistieron diversas culturas, divisas, lenguas, religiones, todo sin estorbar lo uno a lo otro. En el Tánger internacional se podían vivir muchos ambientes en una misma tarde: rezar en una mezquita musulmana, asistir a una obra de teatro de cualquier autor occidental, tomar un té en el Café de France, en pleno Bulevar, incluso asistir a una corrida de toros.

Sin embargo, este ambiente que reinaba en Tánger era ajeno a la mente de sus vecinos inmediatos de la orilla norte del Mediterráneo. Para ellos, Marruecos es tierra de moros con todo lo que conlleva ese concepto en el imaginario español. A pocos kilómetros de la costa tarifeña está el moro, de dudosa reputación. Es difícil cruzar el Estrecho y estrechar la mano a un tangerino, un fassi, un marrakechí o un berkaní. Una imagen negativa heredada a través de los siglos, seguía predominando en la mayor parte de la población de la Península, que hacía imposible un acercamiento y una relación, basadas en el respeto mutuos.
Dicho miedo y desconfianza en los vecinos del sur, persiste lamentablemente hasta nuestros días, y pocos son los que realmente han podido vencer los prejuicios y emprender un viaje en solitario para descubrir otro mundo, ni mejor ni peor, sino diferente y fascinante por su riqueza cultural y la filosofía de su gente. Muchas de las cosas que pasan en Marruecos y que son de uso normal en aquellas tierras, son conceptos inconcebibles e incomprensibles para el occidental. Muchas de las historias que se escuchan en la península, no provocan la misma sensación que en Marruecos. Por eso me impactó mucho oír de la boca de F.M que tras haber viajado por varios países europeos acompañado de su inseparable biblioteca musical, siempre había tenido la misma sensación. Sin embargo, en Marruecos percibió algo distinto: aquella música y aquella voz sonaban diferentes. No hay lugar a dudas que la noción del tiempo, del espacio, de los usos y costumbres, de la luz clara que reina en el cielo, de las sonrisas de las mujeres, del tacto humano y amigable de las personas, provocan sensaciones diferentes.

Dichas sensaciones han sido la causa fundamental de que muchas personas, artistas en general y escritores en particular, se queden atrapados para siempre, condenados a vivir en Tánger para luego cantar sus virtudes y defectos y, en definitiva, eternizarla en sus trabajos. No voy a hablar de todos los que llegaron a Marruecos y prefirieron quedarse a vivir allí, porque la lista sería interminable, pero si mencionaré algunos ejemplos recientes de personajes que fijaron su residencia en el Mogreb a fin de encontrarse a sí mismos y, por consiguiente, conseguir esta paz interna que todos los seres humanos buscamos. El francés Jean Genet en Larache, el americano Paul Bowles y el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa en Tánger, el español Juan Goytisolo en Marrakech, entre otros, son sólo unos ejemplos de intelectuales que cambiaron su tierra natal por otra ajena. Piensen sólo por un minuto, ¿por qué será? El secreto está en el atrevimiento y la valentía de cada uno, en emprender un viaje solo, cruzando el Estrecho sin estar armado de prejuicios y tópicos que puedan perjudicarle. Eso es precisamente lo que hizo F. M, venció sus prejuicios comprando un pasaje para Tánger, donde desembarcó sin saber lo que se iba a encontrar, cosa que ni siquiera preguntó.

Antes de despedirme he de decir que la publicación de estos relatos es una prueba rotunda de que Tánger no quedará huérfana de escritores que graben eternamente su nombre y cuenten sus anécdotas cotidianas. No hace falta mucho esfuerzo para descubrirlo, basta con tomar un té en el bulevar y contemplar los movimientos de las siluetas humanas. Enseguida descubrirás que algo distinto pasa por sus calles que es interesante contar. Creo que es una gran suerte que haya aparecido alguien recogiendo tales testimonios, en ausencia de los que por cualquier circunstancia, ya no pueden hacerlo.


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