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DIÁLOGOS CON LOS GANADORES DEL
PREMIO NADAL
D. Javier Puebla
Finalista Premio Nadal 2004 con "Sonríe Delgado"
Bilbao, 23 de febrero de
2004
Javier Puebla
No conozco a nadie que no tenga doble personalidad. Cuando yo era un
adolescente, como los protagonistas de la novela de Antonio Soler, se
me ocurrió una cosa extraña, propia de adolescentes. Era un juego. Yo
estaba escribiendo una novela, y en ella había un personaje extraño
que se transformaba en otro. Ese otro personaje era Federico Sueño,
y, para construirlo, me basé en mí mismo, sólo que en lo contrario.
Es decir, siempre he hablado –y hablo– muy deprisa, por lo que mi imaginé
que él hablaría muy despacio. Yo escribía con frases muy largas, por
lo que hice que él escribiera con frases muy cortas. Yo soy una persona
muy pacífica, pero él, en cambio, era un tipo muy violento e inquieto,
siempre muy tenso. A partir de ahí empecé a desarrollar una obra literaria
para él, pero no simplemente como un juego literario, sino que incluso
llevé el juego a la vida. Recuerdo que había momentos en los que, cuando
mis amigos venían a casa a tomarse un café, yo tenía dos tazas de café.
El café me lo tomaba en dos tazas diferentes y contaba que mi amigo
el terrorífico, el malísimo –porque era muy malo–, se acababa de marchar.
Este juego de adolescente lo llevé hasta consecuencias si no bastante
extremas, al menos sí bastante avanzadas. Por ejemplo, publiqué un libro
bajo su nombre. Se tituló En la banda de Moebius, y ni siquiera el editor
original supo nunca que Federico no existía. El juego fue creciendo
y creciendo, y mi pretensión habría sido ser dos autores a la vez, es
decir, que por una parte hubiera existido el malévolo Federico Sueño
y por la otra Javier Puebla, el humilde servidor. No obstante, el hecho
de que sea prácticamente imposible publicar con cierta dignidad en España,
o al menos en este momento resulta muy difícil –a mí ser finalista del
Premio Nadal me parece un milagro–, me hizo replantearme que, si ser
un escritor ya resultaba muy complicado, ser dos se convertiría en algo
absolutamente imposible. Por tanto, lo que hice fue empezar a corregir
la obra de Federico Sueño para convertirla en un personaje de novela,
que realmente es lo que debería haber sido desde el principio. De esta
forma, si yo me inventé a Federico Sueño como antónimo, ahora se ha
convertido en un personaje de novela, sólo que con su nombre traducido
al alemán (Frederic Traum).
Esta forma de trabajar, que en un principio puede parecer algo exótica
y original, no lo es tanto, porque, ya a mediados del siglo pasado,
el escritor francés Boris Vian desplegó su obra con dos nombres y en
dos direcciones. Boris Vian era un escritor espumeante, como lo indica
uno de sus títulos (La espuma de los días), y desarrolló también la
obra de Vernon Sullivan, que era más o menos su antónimo, aunque quizá
él no lo planteó así. Boris Vian se fingía traductor de Vernon Sullivan,
que era un negro que había nacido con la piel blanca y se vengaba de
todos los blancos. Esto se descubrió porque las novelas tuvieron muchísimo
éxito y acabaron en el juzgado, debido a que eran muy fuertes y violentas.
Yo, desde luego, no he logrado llegar tan lejos, porque tan sólo conseguí
publicar un libro como Frederic Traum o Federico Sueño, aunque sí he
conseguido escribir esta novela.
He comenzado hablando de doble personalidad. En general, entiendo que
todos los seres humanos somos más bien buena gente, personas bienintencionadas
y civilizadas cargadas de buenos deseos a las que, sin embargo, en un
determinado momento les cubren pequeños lunares. Es decir, imagino que
la persona mejor y más dulce del mundo en algún momento de su vida se
habrá enfadado con su coche o en la cocina cuando, por ejemplo, se ha
quemado mientras cocinaba. En ese momento ha salido el simio, el ser
primitivo del que partimos, ya que, al fin y al cabo, somos una mezcla
de animal y de espíritu, como ha demostrado la ciencia. Ahora bien,
lo que he hecho en esta novela es todo lo contrario: parto de un punto
en el que pongo al malévolo Frederic Traum en un lado y al dulce Alberto
Delgado en el otro. Es decir, la novela trata de la constitución de
personalidades, pero esta base que todos tenemos de más o menos buenas
personas con lunares, de posible maldad o de posible animalidad, la
he planteado al revés: la base de la novela es la animalidad, la falta
de piedad de un personaje, de un asesino que, por circunstancias de
la vida, se hace pasar por una persona normal.
Sin embargo, ¿qué es lo que le sucede? Este personaje se irá enamorando
del papel de persona normal que ha decidido representar. Entonces, esos
pequeños lunares blancos de bondad van cayendo sobre el fondo negro
y cada vez son mayores. De este modo, la novela se podría resumir en
un triángulo. La novela empezaría en dos puntos (el bueno y el malo)
que van confluyendo en otro punto, de tal forma que llega un momento
en la novela en el que apenas hay diferencia entre los puntos de partida.
Ahora bien, la base del personaje siempre será la base negra, el mal.
Esto hace que la novela sea, según prácticamente todos sus lectores,
una novela muy inquietante con ciertas dosis, además, de novela de aventuras.
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