INFANCIA
Pepa, la mejor amiga de
Elvira
Pepa es la mejor amiga de Elvira. Tiene
el pelo oscuro, y - en eso tiene razón su madre - bastante
sucio y enmarañado.
Pero cuando por la tarde Elvira ha terminado sus deberes y puede
salir a la calle a jugar, allí está Pepa, esperándola.
Comparten la merienda. A veces juegan a las peluqueras, y Pepa
se deja desenredar los rizos sin protestar apenas. Casi siempre
está alegre. Solo a veces, si Elvira llora, Pepa se sienta
a su lado callada y comprensiva.
Es muy sincera, no como los demás niños que hablan
mal de ella cuando no está. Pepa siempre parece hacer
lo que desea: si quiere jugar, juega, y cuando no, simplemente
se marcha. A menudo corren juntas y agotadas acaban revolcándose
en la hierba, riéndose sin pudor, y se dan besos y se
acarician la cara.
Un día unos señores llegaron con una furgoneta
blanca, y le gritaron a Elvira:
- Niña, deja a ese perro, que te va a morder.
Después le pusieron a Pepa un bozal negro y se la llevaron
para siempre. Elvira se quedó sola. Se sintió
muy sola. De hecho nunca se llegaría a separar del todo
de aquella profunda soledad.
Caperucita*
A las dos les gustaba especialmente el cuento de antes de dormir.
Elvira se acurrucaba entre las sábanas y Mamá
se sentaba en el borde de la cama. Quizás fuese la penumbra
de la habitación, quizás el cansancio acumulado,
el caso es que ambas se perdían entre los personajes
y vivían con intensidad el momento.
Caperucita estaba asustada, los ojos expresivos de la niña
miraban fijamente y con un hilo de voz exclamó: - Abuelita,
abuelita, ¡qué orejas tan grandes tienes!.
- Son para oírte mejor – respondió el lobo.
La pequeña asió las sábanas con fuerza.
Los colmillos del lobo parecían realmente afilados: -
Abuelita, abuelita, ¡qué dientes tan grandes tienes!
- Son para comerte mejor, ÑAM.
Y de un bocado el lobo se tragó a Caperucita.
Entonces… cuando todo parecía perdido… llegó
el cazador y le hizo cosquillas, cosquillas al lobo. Y con las
carcajadas, el lobo se atragantó y tosió y tosió.
Y tosió y madre e hija salieron despedidas del cuento.
“Colorín colorado…” concluyó
la madre, orgullosa de haber encontrado un final menos cruel.
Mamá – susurró la voz de Caperucita –
y lo de la escopeta, ¿cuándo sale?
Todos nos vamos a morir *
Era una tarde de domingo. Fuera frío. Dentro juegos.
Elvira y su padre sentados en el suelo jugaban a las construcciones.
Con piezas pequeñas, porque eran construcciones de mayores.
Las manos hábiles de Papá ponían pieza
tras pieza. Las de Elvira lo intentaban. Reían.
El juego les envolvía. Su conversación, su propia
conversación, apenas llegaba a ser audible, sonaba flojito,
desde lejos, desde fuera de la burbuja que el juego proporcionaba.
- Papá - ¿qué es morirse?
- Dejar de estar aquí. Desaparecer para siempre –
Contestó. Ni sin siquiera levantó la cabeza un
poquito y Elvira tampoco.
- ¿Tú te vas a morir? – La niña luchaba
por colocar una piececilla blanca.
Un “SI”, afilado como un cuchillo, hizo explotar
la burbuja. Elvira miró a su padre. Con miedo. Con dolor.
Por un instante no lo vio. Había desaparecido y nadie
la ayudaba a colocar la dichosa pieza. Jugaba sola.
- ¿Y Yo? ¿Me voy a morir? – la vocecita
sonó entrecortada.
El padre no necesitó responder. Levantó la vista
y reflejó en sus propios ojos el miedo de la pequeña.
Ambos se abrazaron conscientes de lo que en algún momento
podría ocurrir. Fuerte, muy fuerte, para que nunca nada
pudiera separarlos.
Elvira si que puede*
¡Claro que puedo!
¡Estoy harta!. (Lágrimas en los ojos). ¿Es
que no se dan cuenta? ¡Ya no soy su bebé!.
Van a ver si tomo o no tomo mis propias decisiones. Se van a
llevar una buena sorpresa.
¡Ahora mismo cojo mis muñecas y me voy de casa!
ADOLESCENCIA
Don Ignacio
Era mucha la tensión, mucho el miedo.
Mirábamos ansiosas el reloj encima de la pizarra pero
los minutos no pasaban.
Don Ignacio recitaba la lección paseándose por
el aula. Intentaba restregar cualquier parte de su cuerpo contra
cualquiera de nosotras. Esperaba el momento apropiado para que
alguna le acompañase a su despacho. Yo nunca fui. Tampoco
lo necesité para saber que ocurría allí.
Las alumnas, niñas buenas de colegio de monjas, callábamos
y bajábamos la mirada, aterradas. Tú, Elvira,
en cambio, siempre le mirabas a los ojos. Sin miedo. Sin respeto.
Sacabas punta al lápiz, con la misma dedicación
que otros limpian un revolver.
Un día se acerco a ti, apoyo una mano sobre tu hombro,
con los dedos deslizándose pegajosamente hacia abajo:
- ¿Algún problema, señorita Castro?
Te levantaste desencajada con los ojos rojos de ira, los dientes
apretados. Estabas absolutamente descompuesta cuando con todas
tus fuerzas le clavaste el lapicero. Después saliste
del aula dando un portazo.
Eso fue lo que ocurrió. Estoy segura. Aunque es verdad
que en ese mismo momento estabas allí, sentada en tu
pupitre, mirándole desafiante y dibujando garabatos con
el lápiz afilado.
Siddhartha
“El río cantaba con una voz dolorosa
y nostálgica y con nostalgia seguía fluyendo hacia
su destino: su voz era como un lamento.
- ¿Oyes? – preguntó la mirada silenciosa
de Vasudeva.
Siddhartha asintió.”
Elvira estaba tendida sobre la cama, con Trosky a sus pies.
Leía con avidez. Aquel libro la llenaba de paz interior.
Se sentía diferente, especial. Y es que Elvira era realmente
especial, lo cual, desde luego, no la ayudaba a ser más
feliz.
Sonó el teléfono. Era Paloma.
- Siii, se acordaba de la fiesta en su casa.
- Nooo, no le apetecía ir…
Pero iría.
A Elvira no le gustaban las fiestas. No entendía el lenguaje
que en ellas se hablaba. Conversaciones huecas. Chicos cuyo
ingenio se reducía a disfrazar con palabras vacías
un único mensaje: me gustas, me apeteces. Después
de todo ¿no sería más sencillo decirlo
directamente? Me gustas, me apeteces.
Elvira era guapa, por mucho que ella se empeñase en no
verlo, así que durante la fiesta se le acercó
un rubio, alto y atractivo que la espetó:
- Tú eres Aries, seguro.
Elvira sopesó la situación durante un segundo,
después se acercó a Paloma y le preguntó:
- ¿Dónde está tu habitación?
Paloma sonrió mirando al chico que seguía a su
amiga como un corderito, y le indicó con la cabeza.
Elvira entró en la habitación de Paloma y cerró
la puerta con cuidado. Se tendió sobre la cama, saco
de su bolsillo el libro de Siddhartha y siguió leyendo.
Guinness
La clase terminaba y
ellos se quedaban allí, sentados en su pupitre.
Y seguían allí, sentados, hablando, aun cuando
todos sus compañeros se hubiesen marchado.
Las conversaciones eran sobre nada especial, porque las palabras
fluían solas, y ellos no tenían ganas de guiarlas,
y se dejaban llevar.
A Elvira una paloma le alborotaba el pecho. A Fernando…
¿quién sabe?
Una de esas tardes, una cualquiera, Fernando preguntó:
¿vamos a tomar algo?
Elvira pidió Guinness. Y Fernando …
Cuando volvía a casa, flotaba en una nube. Por la calle,
la gente: desdibujada y sin color. El mundo se movía
muy despacio. El rostro de Elvira: burbujas chispeantes en los
ojos y una sonrisa imborrable en los labios. Reía, y
sin poder evitarlo… reía.
Abrir la puerta no fue fácil, porque las manos le temblaban
un poco. Y allí, de pie, su madre, con el rostro severo:
-“ ¿Estás bebida?” -.
Elvira sin poder evitarlo reía. O más bien reía
para ahogar la tristeza de lo pronto que su madre había
olvidado el efecto de un beso."
Esperándola siempre
Impaciente, Elvira, la esperaba... Tenía
la piel oscura y el pelo negro, como el miedo, como el dolor.
Y en el pelo, una horquilla de plata.
Solo necesitó verla un segundo y miles de sentimientos
embriagaron a Elvira. Sintió una terrible atracción,
un profundo terror, y respiró hondo. Le llegó
un aroma fresco, olía a tierra húmeda y a jazmín,
a hierba recién cortada...
Le pareció que estaba sonriendo, que la llamaba. Avanzó
un poco y enseguida sintió una caricia como una brisa
suave que envolvía sus hombros.
Era silenciosa, callada como la muerte, pero sabía escuchar.
Sin saber cómo y sin saber porqué, Elvira comenzó
a contarle su vida, sus secretos, sus miedos. Momentos olvidados
brotaban de sus labios, íntimas confidencias...
La sentía muy cerca. Podía oler su aliento: mezcla
de vino y de flores.
Podía acariciar su piel, tibia y dulce, temblando suavemente...
Elvira quiso huir y olvidarla por siempre. Comenzó a
caminar. Cada vez más deprisa. Más, más
deprisa. Más deprisa. Pero allá donde iba, ella
estaba allí, envolviéndolo todo. Caminaba a su
lado, rozándole apenas
las manos, que Elvira sentía frías. Entonces quiso
gritar, pero se ahogó su grito. Se tornó susurro.
Entre lágrimas negras Elvira se rindió, sabía
que la acompañaría
siempre, que no podría olvidarla. Extenuada, se sentó
en el suelo, se acurrucó a su lado y se dejó querer.
Por un momento se fundieron en una, y abandonada a sus abrazos
Elvira se durmió.
Cuando despertó, la noche ya se había marchado.
Más tarde volvería y Elvira estaría, como
siempre, esperándola.
Euforia
Volaba. Elvira volaba. ¡Y solo había
sido un beso!
Apenas había conseguido dormir. Se levantó muy
temprano y se fue a la facultad. Al salir de su casa el cielo
estaba tintado de rosa. Elvira no supo si era el amanecer o
que aquella mañana lo veía todo de ese color.
Cuando llegó a clase el aula estaba vacía: ningún
profesor, ningún alumno, las persianas bajadas, las luces
apagadas. Demasiado temprano. Entró con cuidado y cerró
la puerta.
Se pasó la lengua por los labios y sintió el sabor
de Fernando. Cerró los ojos y pudo escuchar la música
celta que la había acompañado la noche anterior.
Casi sin darse cuenta comenzó a seguir el ritmo, primero
despacio, con las manos sobre las piernas, después suavemente
con los pies, más tarde movía las caderas. Terminó
bailando, girando loca entre las mesas.
Bailando subió a la tarima y vio las tizas de colores.
En la pizarra dibujó un enorme corazón, el mismo
que anoche quedó dibujado en la espuma de la Guinness.
¿Demasiado cursi? Lo borró siguiendo la música
que ella sola oía. Demasiado cursi. Rió y volvió
a dibujarlo, esta vez con trazo grueso.
Durante un rato más siguió riendo, y bailando,
mientras recordaba su beso, su único beso. Mientras recordaba
a Fernando.
Al llegar el primer alumno la pizarra estaba limpia, como siempre.
El aula en silencio y Elvira muy seria. Como siempre. Leyendo
en su pupitre. Podría haber sospechado que todo era diferente
si hubiese mirado debajo de las mesas. Habría visto el
pie de Elvira tamborileando una música interior.
PLENITUD
ROSA
Sobre
la alfombra blanca, caían gotas de sangre que resbalaban
de su
muñeca. Elvira observaba desmayada. Veía cómo
se fundían con la lana y
cómo lo teñían todo de rosa. Rosa…
El principio también fue rosa. Meses atrás, una
flor apareció en su
despacho: una rosa. Elvira la observó sorprendida, mientras
Manuel
esperaba junto a la puerta.
Una sonrisa, unas palabras, la primera cita. Una puesta de sol
en el
Palacio de Oriente. Una cena con salmón ahumado y rosado
espumoso. Y
como no era apropiado mezclar amor y trabajo, Manuel le pidió
que lo
guardasen en secreto.
Y Elvira lo comprendió.
También eran rosas las sábanas del hotel, y la
espuma de baño en la que
Elvira se sumergía después de que él se
hubiese marchado. Y la toalla en
la que se envolvía, y las promesas y los sueños…
Y como al día siguiente
siempre tenía que trabajar, Manuel le dijo que no podía
quedarse a dormir.
Y Elvira, lo comprendió.
El siguiente fin de semana también pintaba rosa, porque
Elvira había
decidido transformar un congreso aburrido al que debía
asistir Manuel,
en una inolvidable sorpresa. La sorpresa incluía un tanga
rosa y un
coctail de cava y fresas.
Pero la sorpresa fue la mujer agarrada a su brazo y la pequeña
del lazo
rosa. Y su mirada esquiva.
Y fueron rosas las palabras de Elvira: “encantada de conocerla”,
y el
pacharán que después apuró en su habitación
y el vómito y el asco.
Elvira rompió con rabia la botella contra el suelo, y
una esquirla de
cristal rosa lastimó su muñeca. Y las gotas de
sangre cayeron en la
alfombra, tiñéndolo todo de rosa. De rosa…
Acusación*
Le abrió la puerta Pablo. Su seriedad habitual estaba
enmarcada por un semblante pálido. La casa estaba en
silencio, nada parecido a la fiesta que Elvira esperaba. Algo
ocurría.
Desde la mesa, donde los demás estaban sentados, le llegó
una palabra: “asesinato”. Elvira miró a Pablo
que se encogió de hombros, le sudaban las manos.
Se dejó caer en una silla, junto a los otros. Claudio
estaba tenso. Sara y África, nerviosas. Toni, en cambio,
parecía disfrutar de la situación… Se observaban
entre ellos con leve disimulo.
Mientras Sara jugueteaba con un lapicero, Claudio fue a la cocina,
murmuró algo sobre un puñal y volvió enseguida,
esbozando una sonrisa, fina como el filo de un cuchillo. Pablo
se secó la frente con un pañuelo, y Toni, hizo
un gesto de asentimiento y pareció tomar nota mentalmente.
Elvira no se encontraba bien, no le gustaba aquella situación.
Bajó al garaje. Sin ninguna razón. Un sitio tan
bueno como otro cualquiera. Por algún sitio habría
que empezar.
África apuntó algo sobre el arma: podría
ser un candelabro. Sara rió: ¡Tú has visto
muchas películas! - Pero la risa de Sara sonó
forzada, estridente, fuera de lugar.
El ambiente estaba cada vez más cargado. Se miraban con
suspicacia. La premura se apoderaba de ellos, cada respiración
parecía el comienzo de una frase, el final que todos
temían.
Y entonces Toni hizo la acusación: “¡Ha sido
el doctor Mandarino, con la cuerda, en el dormitorio!”
¡Mierda! ¡Toni había vuelto a ganar!
(No se si en vuestra época se jugaba al Cluedo, espero
que si, porque sino el relato no tiene ninguna gracia.)
PARA TI NO ESTOY
Manuel insiste… Pide perdón a Elvira
una y otra vez. Le explica aquello
de que va a dejar a su mujer, de que no se separan por su hija...
Pero
Elvira, entre el olor del pacharán y el color rosa de
la alfombra, ha
tomado su decisión.
Manuel insiste… Quedan para hablar. Hay poco que decir,
piensa Elvira.
Pero Manuel habla y habla, de su romántico pasado, de
su prometedor
futuro, de su amor sin par. Elvira le mira y calla. Manuel le
habla
bajito, de todo lo que ella supone en su vida, de su alegría
recuperada,
de sus esperanzas… Elvira entorna los ojos y comienza
a hablar.
“Manuel, de veras, te deseo lo mejor, que en la vida recojas
lo que
siembres de bueno. Que no te vaya mal, que el tiempo te deje
donde
tengas que estar. Me voy a vivir tranquila, sin pausa pero…
sin prisa.
Deseo que todo te vaya de lujo, y no espero visitas, así
que no vayas.
Para ti, no estoy. Salud, amor, fortuna… Me lo llevo todo
en orden:
salud para ver, amor para ser, y fortuna, para olvidar tu nombre.
Te
dejo todo aquello que me diste y me llevo todo lo que di, que
no
quisiste. Me voy contenta, no tengo más que darte. Me
llevo todo lo que
di, que no cuidaste. Manuel…, para ti, no estoy.”
Ahora es Manuel el que calla, parece no comprender. Nunca llegó
a
conocer a Elvira, a la dulce y mimosa Elvira, a la frágil
Elvira… a la
atrevida, desenvuelta , fuerte e independiente Elvira.
De nuevo va a comenzar a hablar, pero ella le interrumpe y repite:
“Manuel…, para ti, no estoy.”
UN DIA FELIZ
Se despereza. Mmmm... Se siente bien, tiene la sensación
de haber soñado algo bonito. No recuerda qué.
Con los ojos aun pegados se levanta a por un café. ¡Mierda!
la cafetera está vacía. En fin, habrá que
hacer café. A Elvira le encanta el olor del café
recién hecho por la mañana. Coge la jarra, abre
el grifo... ¡Dios! no hay agua. No hay más remedio
que desayunar en un bar...¡mmm churritos!.
Se despereza y decide darse una ducha para terminar de despertarse.
¡Ay, que no hay agua...! Se mira en el espejo, se limpia
como puede las legañas y se recoge el pelo en una cola
de caballo. ¡Caramba! hacía tiempo que no se hacía
coleta. Le queda bien. Le favorece. Tendrá que peinarse
así mas a menudo.
Dormida como está, llega tarde al trabajo, y nada más
llegar truena la voz del jefe. Regañina, reprimenda.
Se le acerca una compañera, Marta, y le susurra: -ni
caso, es un amargado-. Elvira sonríe. No conoce mucho
a Marta, parece maja, intentará tener más contacto
con ella.
Se sienta en su mesa, enciende el PC. Mejor dicho intenta ncender
el PC, porque éste tiene ideas propias y parece que ha
decidido tomarse el día libre. Elvira llama a mantenimiento
y obtiene todas las excusas que necesita para pasar el día
estudiando casos atrasados.
Ha quedado a comer con Manuel, la deja plantada. Está
sentada sola en la mesa cuando aparece su jefe. Se disculpa
por la bronca. Se sienta con ella. Hablan, se ríen. Tal
vez no esté tan amargado..
Por la tarde sigue enfrascada en su estudio. Mientras lee con
avidez se va la luz. Sale al pasillo. Es un corte general. Todos
a recoger y a casa una hora antes de lo previsto.
La parada de autobús está vacía, parece
que hay huelga y solo hay
servicios mínimos en horas punta... Consulta el reloj.
Comienza a caminar, despacio, mirando los escaparates: bolsos,
ropa, zapatos, más ropa. Mira a la gente, los puestos
de la calle, las revistas del kiosco. Disfruta de no tener prisa.
Cuando por fin llega a casa por la noche, está exhausta.
Se acerca con precaución al grifo de la bañera
y ¡sí!, fluye un líquido pardusco que en
seguida se transforma en cristalino. Llena la bañera
y se sumerge.
Descansa. Elvira tiene la impresión de que ha sido un
día maravilloso.
Uno de esos días en los que todo te sale bien.
(Sin título, de momento)
La vida de Elvira es siempre un cruce de caminos,
una constante elección, una indecisión eterna.
Y ella está harta. Cansada de tener que tomar decisiones.
“El valor de elegir”, “la amada libertad”…
y dónde queda – piensa Elvira - el placer de aceptar,
de asumir, de no pensar.
Hace solo 3 meses recibió dos ofertas
de trabajo, una en Vigo, otra en Madrid: el éxito profesional
o los amigos; el dinero o la familia. Ha gastado noches enteras
en poner pros y contras en una balanza. Ha evaluado, pensado,
seguido cada opción hasta el final, como un ajedrecista.
Y no ha sacado ninguna conclusión.
Ahora es el amor lo que tiene a Elvira en jaque.
Julián la quiere, pero Elvira ha vuelto a enamorarse
del hombre equivocado: Alberto, casado.
Si sonríe, el mundo se da la vuelta.
Y cuando están juntos, sonríe. Y por alguna oscura
razón todos los días están un rato juntos.
Julián la llama, salen, cenan… Pero ella admira
a Alberto y le tiemblan las piernas si se sienta a su lado.
Le gusta como huele, como mueve las manos, como escucha, sobre
todo como escucha. Le excita que la mire disimuladamente, y
que a penas lo haga.
Y por las noches Elvira vuelve a no dormir,
a gastar las noches pensando. Solo tiene una cosa clara: no
puede pedir más a Alberto, no quiere dar más a
Julián.
Hace solo tres meses que Elvira se permitió
el lujo de decir a todo que no. Hoy corre el riesgo de decir
sí a todo. Asume ese riesgo, y sigue caminando como un
funambulista al borde del desequilibrio
Los
Relatos de LA TRIPULACIÓN
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