Espiral
En el jardín un feliz caracol permanecía
tumbado al Sol, hasta que Mario llegó y se lo llevó. Sobre
la mesilla de su habitación lo posó y allí se quedó
el pobre caracol babeando. Le llamó Runi y pasó el tiempo
observándolo y el caracol babeando. Hasta que cayó dormido
y por la mañana, de Runi, sólo quedaba el caparazón.
Miró en su interior y no vio nada.
-Espero que vuelva pronto, dejó aquí su casa.
Al volver del cole encontró a Runi, había vuelto y seguía
babeando.
-Lo vigilaré para que no se vaya.
Y así pasó la tarde y la noche observando y hablando con
el caracol hasta que volvió a quedar dormido.
Por la mañana Runi ya no estaba o, al menos, no parecía
haber nadie en el interior de la casa movible.
-Debe salir a por comida.
Cortó una hoja al ficus y la dejó delante del caparazón.
-Ya no tendrá que ir a buscar comida.
Al regresar de la escuela, el caracol volvía asomar sus cuernos
por el hueco de la espiral calcárea. La hoja de ficus mostraba
algunos mordiscos.
Contento, Mario decidió darle a probar una hoja de poto y aquél
día, después de cenar, jugó hasta que vencido se
acostó en la cama y, sin prestar atención al caracol, un
profundo sueño le envolvió.
Al despertar, sobre la mesilla, solamente reposaba intacta la verde hoja.
Su amigo, de nuevo se había ido, pero esta vez se llevó
la casa a cuestas.
-No le gustó la nueva comida.
Aquella mañana, Runi murió en el corazón
espiral de Mario que lloró hasta que por la tarde salió
al jardín a tomar el sol.
La Tripulación
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