FUERA DE COLECCIÓN:
EL CHINO ANALFABETO
El chino se asomaba con frecuencia
al acantilado, sobre la playa estrecha. Bajaba la esterilla
de su tienda, ajustaba las contraventanas de madera, cerraba
la tarabilla y trotaba por el camino empinado hacia las dunas.
A travesaba descalzo los matorrales ,que apenas si arañaban
levemente sus callosos pies ,y se dajaba caer al borde del acantilado
entrecerrando sus ojos oblicuos para ver mejor la playa.
No hacía mucho tiempo que el chino venía regularmente
a arrodillarse sobre los terrosos farallones. Hace años
sí venía. Casi adolescente le contaron que el
sol, al ponerse en el mar, dejaba escapar, durante una fracción
de segundo, un mágico rayo de color verde intenso. Durante
meses el chino recorrió las dunas y se sentó en
el borde para mirar con intensidad la bola de fuego que desaparecía
en el mar, allá, a lo lejos. Acabó cansándose.
Nunca vio rayo verde alguno. En aquellos ya lejanos días
el chino apenas se había fijado en la playa, justo bajo
sus rodillas, a unos cincuenta metros.
Ahora no prestaba atención al sol. Miraba con intensidad
la playa en donde, desde hacía algún tiempo, se
reunían un grupo de extranjeros jóvenes y alguno
más de su misma edad. Algún compañero que
le observó hizo correr la especie en el pueblo de que
el chino iba a ver a "las inglesas", que se bañaban
en cueros. El chino sonreía. Nunca le atrajeron los cuerpos
de los blancos, ¡tan sosos! Al chino le interesaba otra
cosa. Había algo que le fascinaba.
Los extranjeros, ingleses, alemanes o lo que fueran se tostaban
al sol y, de vez en cuando se daban un chapuzón. Pero
lo que al chino le intrigaba era el cartel. Todos los días,
al llegar, dibujaban el mismo cartel, en la arena, con un palo:
I LOVE YOU. La marea se llevaba las letras por la tarde pero,
al día siguiente los extranjeros volvían a dibujarlo.
Parecía un ritual. Las letras eran muy grandes pero el
chino veía solo unos trazos. Unas veces le parecía
que había dos grupos de signos;otras, veía tres.
El chino ignoraba por completo el inglés y era mal calígrafo.
Apenas si podía firmar y hacer pequeñas listas
con los nombres de las verduras que vendía en su tienda.
Un día se llevó a los acantilados un trozo de
papel y un carboncillo. Cerrando cada vez más los ojos
intentó copiar fielmente el cartel. Cuando terminó
se lo enseñó al maestro del pueblo.
¿Qué es esto?
preguntó.
El maestro achicó los ojos.
Parecen letras
dijo
¿Letras? Tartamudeó el chino?
Sí. Los occidentales las utilizan para escribir, pero
lo que hay en ese papel no significa nada. ¿De donde
lo has sacado?
El chino se calló y durante días trató
de esmerarse, de rodillas al borde del acantilado, para copiar
las letras con perfección.
El sexto día,a la vuelta, junto a la escuela, estaba
la joven hija del maestro. Al chino le palpitó el corazón
con fuerza. Siempre le había gustado Chin-chan, pero
apenas si había cambiado unas palabras con ella. Una
vez la había sacado a bailar en las fiestas del pueblo
pero ella no admitió un segundo baile; estaba demasiado
solicitada.
El chino se acercó despacio y vio que Chin-chan le sonreía.
El chino le acercó el papel a Chin-chan que sonrió
aún más y le dijo, mirándole a los ojos:
Te quiero.
Al chino le flaqueron las piernas y cuando empezaba a responder:
Yo también a tí
la joven continuó,eso es lo que pone en tu papel. ¿Estás
aprendiendo inglés? Y con una risa que al chino le sonó
a campanillas, se dio media vuelta y corrió hacia su
casa.
Al día siguiente el chino, al cerrar su tienda, no se
dirigió a las dunas sino al bar del pueblo, a beber licor
de arroz
INFANCIA
LOS REYES SON LOS PAPÁS
A Luco se lo dijeros dos niños mayores
un día de invierno, poco antes de Navidad.
Luco había escrito una larga carta en secreto.No quería
que volviera a pasarle lo del año anterior;sus padres
habían visto la lista casi inacabable de peticiones y
se la censuraron.
Nada de coche automático. Tampoco el dinosaurio de verdad.
"¿de donde has sacado esa tontería?"
Le obligaron a escribir una carta "razonable"
"Ra-zo-na-ble"
silabeó la tía Rita.
"Los Reyes Magos no tienen tiempo, ni espacio en sus camellos,
para todas esas bobadas"
puntualizó tío Rufo.
A Luco, al recordarlo, casi se le saltan las lágrimas.
¡Ah, pero ahora sí!
Ahora verán lo que pueden y lo que no pueden los Magos.
No enseñará lacarta a nadie. Ya puede ponerse
pesada la tía Rita:
"¿cuando vas a escribir la carta a los Reyes, Luco?"
Ël disimulaba, contestaba con evasivas;porque ahora sí
escribiría la carta que nunca le habían dejado
escribir. La enviaría directamente;sin que lo supiera
la tía Rita, ni el tío Rufo, ni siquiera su primo
Colás, guardián de tantos secretos.
Cada día añadía una nueva, disparatada,
petición al papel escondido en la era, junto a la piedra
grande, bajo la teja verdiazul.
Hoy Luco se quedó petrificado. Al acercarse a su escondite
vio que dos niños mayores habían encontrado su
papel y hacían muecas. Un tercero miraba por encima del
hombro
y preguntaba:
-¡qué es eso?
-una carta a los Reyes
contestó el más bajito.
El tercero, el de los granos verdes, hizo un mohín, tiró
el papel y comentó:
-"ese niño idiota no sabe aún que los niños
son los padres
Y mientras a Luco se le saltaban las lágrimas los tres
mayores se alejaban entre alegres carcajadas.
ADOLESCENCIA
LUCO A ORIENTE
El día seis de enero Luco no esperaba
nada especial. Su prepubertad eliminaba toda posible creencia
en los Reyes de oriente. Aún recordaba la dolorosa experiencia
de iniciación. Por si acaso dejó caer durante
la comida el día 5:
"Tampoco me importaría que los Reyes me trajeran
algo inesperado. Aparte, claro, de los doscientos euros y la
caja de pañuelos con su L en una esquina."
- Pues a lo mejor te llevas una sorpresa
Dijo tía Rita con esa voz suya que no sabía uno
si le estaba regañando o le prometía algo.
Por eso el día seis Luco no daba crédito a lo
que veía: dentro de un papel de celofán había
dos billetes de avión. Dos billetes de verdad.
-Para tí y para tu primo Nicolás
regañó-anunció la tía Rita.
El tío Alberto, qure vivía en Israel, les invitaba
a él y a su primo, casi su hermano, a pasar dos semanas
en la Tierra Prometida.
Luco nunca había prestado demasiada atención a
las clases de Sagrada Escritura. Por eso, durante los tres días
que faltaban para el viaje, leyó cuanto pudo sobre el
país, sobre la tierra aquélla tan antigua.
Los evangelios; no dejes de leer los Evangelios, graznaba tía
Rita.
Y también los Evangelios se empolló Luco.
El aeropuerto Ben Gurion le pareció a Luco grande y destartalado,
a pesar de no tener más de unos meses de vida.
Tío Alberto y su mujer, Lorena, les estaban esperando.
Durante estos días veremos muchas cosas, sobrinos;
dijo el tío. Hoy tengo que hacer pero Lorena os acompañará
en cuanto dejeis las maletas, a ver la gran maqueta, para que
os hagais una idea.
La gran maqueta les sorprendió muy favorablemente. En
un espacio de unos trescientos metros cuadrados había
una reproducción soberbia de Jerusalén durante
la época del Segundo Templo. Allí estaba el templo,
y el Palacio de Herodes, y la muralla toda en torno de la ciudad...
Mientras observaba queriendo mirarlo todo a un tiempo, se levantó
un viento fuerte que los empequeñeció, a Luco,
a Nicolás y a Lorena, hasta permitirles entrar en la
vieja ciudad de Jerusalén y mezclarse con sus habitantes.
Les sorprendió la facilidad con la que podían
comunicarse con la gente en Arameo vulgar. Eran personas sencillas
y abiertas que se dirigían a ellos con familiaridad pero
que no les contaban nada importante o trascendental. Algunos
se limitaron a decirles que aquella mañana les había
despertado una vecina para contarles que había encontrado
una dracma, perdida el día anterior; otros murmuraron,
indignados, que los fariseos habían recriminado severamente
a Sarah por enhebrar una aguja minutos antes de las cinco de
la tarde del Sabbath. Otro se asombró de que un vecino,
pastor, hubiera dejado noventa y nueve ovejas en el aprisco
y se hubiera pasado dos días y una noche buscando un
cordero perdido...hasta encontrarlo sano y salvo. Les hablaron
también, como de pasada, de la comidilla de esos días:
un joven rabbí recorría los caminos predicando
y haciendo prodigios, rodeado por un pequeño grupo de
hombres y de mujeres, pescadores algunos de ellos que habían
dejado sus viejas redes junto al lago para ponerse a caminar.
Cesó el viento y volvieron a encontrarse los tres en
pie, de nuevo junto a la gran maqueta. Nicolás, naturalmente,
dio una explicación verosímil de lo que acababan
de experimentar y se negó en rotundo (¡él,
tan racionalista!) a que se hablase de prodigios ni de "otros
cuentos de viejas".
Pero a Luco y a Lorena, junto con un escalofrío, se les
levantó un remusguillo de polvo antiguo...
Y colorín colorado...
PLENITUD
Luco se come los mocos.
Luco, a veces, en vez de comerse los mocos los
pega en los crstales de las ventanas, e incluso en el que cubre
la mesa del comedor. Luco se toca pausadamente la pilila con
la mano izquierda mientras se come los mocos con la derecha.
Luco es un verdadero guarro.
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Ya dije que Luco es un auténtico guarro.
Cuando sus tíos se percataron de la conducta de Luco
decidieron solicitar ayuda profesional. No les importaba demasiado
lo de los mocos; eso era, desde luego, una porquería,
pero lo de la pilila les parecía casi perverso y, desde
luego, potencialmente dañino.
Un psiquiatra amigo le puso nombre al vicio; poner nombres a
las acciones o a los vicios tranquiliza bastante. Luco, les
dijo, es un onanista.
El tío Rufo, que no carecía de una cierta culturita,
consultó la historia de Onán en una enciclopedia
y la verdad es que le dio bastante asco. Se imaginó a
su sobrino "derramando su semen por el suelo" (así
ponía en el libro) y le dieron varias arcadas.
Entre tanto, Luco, ignorante de la atención que despertaba
en sus tíos, perfeccionaba su incipiente vicio. Al principio
se tocaba la pilila como al desgaire, sin dar la impresión
de que hacía nada especial. Luego vino lo de abrir un
agujero en el fondo del bolsillo izquierdo; Luco utilizaba siempre
su mano izquierda para su placer solitario. Más adelante
vino lo de la goma y el nudo, sencillo artificio con el que
Luco podía montar en bicicleta, con las dos manos en
el manillar, sin que se advirtiese la fina hebra de caucho que,
atada al dedo gordo de la mano izquierda, se perdía por
la manga de la camisa hasta interiores desconocidos.
La goma no llamaba la atención pero sí provocaba
alguna que otra mirada sorprendida su sonrisa bobalicona y los
zig-zags de la bici que obligaban a frenar de golppe a más
de un automovilista.
La tía Rita estaba ya cansada de poner apósitos
en los chichones sangrantes de Luco; ¡esto no hay quien
lo entienda! rezongaba la buena señora. Siempre montaste
bien en bici. ¿Qué mosca te ha picado para que
te caigas ahora cada dos por tres?
A la quinta caída intervino el tío Rufo.
Se acabó. Mañana vamos al médico a que
te examine del equilibrio. Y ahora, de bici, nada.¡ A
tu cuarto hasta mañana.!
La tía Rita entró esa tarde varias veces en el
cuarto de Luco, que ni volvió la cabeza, tan embebido
estaba en las páginas de un libro. Intrigada, la tía
esperó a que Rufo saliera a hacer pis para entrar rápidamente
en el cuarto y echar un vistazo al libro que tanto interesaba
a su sobrino.Tan solo pudo ojear el título antes de que
Luco volviera del cuarto de baño.
Tras la cena, Luco ya en la cama, la tía Rita preguntó
a su marido:
Oye, Rufo: ¿tienes idea de lo que quiere decir "El
cipote de Archidona"?
Los
Relatos de LA TRIPULACIÓN
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