ALZHEIMER
Aún era de día cuando comenzó
a buscarlo, y siguió buscándolo -tras encender
todas las bombillas de la casa- cuando llegó la opacidad
de la noche. El anillo de boda, que quizá habría
dejado junto al lavabo para ducharse o lavarse las manos,
¿o se lo habría quitado en el salón o
el dormitorio? A veces le apretaba demasiado y se lo quitaba
para depositarlo en algún lugar cercano y seguro, donde
podía mirarlo largamente, brillando con vida propia.
Buscó y buscó, llegando a levantar alfombras
y mover muebles, hasta que le fallaron las fuerzas y algo
parecido al sueño lo derrumbó sobre un sillón.
Pero aún inconsciente, en la ensoñación,
siguió buscando su anillo, desesperada y desesperanzadamente.
Despertó al amanecer, con una lágrima nublándole
la visión del ojo derecho, y fue a través de
la niebla del agua que por fin lo vio: donde debía
de estar y donde quizá había estado en todo
momento mientras lo buscaba: en el dedo anular de su mano
de piel manchada, desconocida y viuda.