La Javier Panizo Collecion, para Cuadernos para el Diálogo

Yo Me Preocupo Por La Gente Porque Me Sale De Los Cojones
(The Javier Panizo Collection)


Se está pasando, excediendose en su amabilidad proverbial. El señor don Javier Panizo se pasa de bueno y considerado en los últimos tiempos..., y -natural- la gente ha comenzado a tomarle por el pito del sereno. ¿A él? ¿A Javier Panizo por el pito del sereno? ¿A un hombre que ha llegado a coger a un guardia de tráfico por la pechera al pretender ponerle una multa? ¿Al contertulio que siempre tiene una bala verbal en la recámara? ¿Al individuo capaz de darle órdenes a un ministro, pegarle una toba a un desconocido, ladrarle a los perros de sus vecinos? ¡De eso nada! Panizo ni quiere ni debe consentir que le tomen por un blando.
-Ringo, tú me conoces desde hace muchísimos años y sabes que mi problema no es la debilidad de carácter, sino más bien lo contrario: me paso la vida sujetandome.
Ringo mira directo al fondo de los ojos de Javier Panizo, quien esa misma tarde, por pura inercia, ha sonreído con amabilidad no merecida en su club a un culturista matón y cretino que le había pedido la toalla para secarse y luego se la ha devuelto con un gesto de claro desprecio y sin siquiera darle las gracias, tras pasarsela ostentosamente por los testículos. ¿Cómo osa nadie pensar qué puede abusar de él, tratarle sin el debido respeto?
-Yo me preocupo por la gente porque me sale de los cojones, Ringo. Y tú lo sabes. Un día descubrí que del sufrimiento, del sentirse pequeño y miserable, no se libra nadie. Y que muchas personas lo habían pasado mal, se habían sentido humillados o heridos, por mi violencia verbal, por mi impertinencia y constante deseo de quedar por encima de los demás a cualquier precio. Y cuando lo descubrí decidí que ya era suficiente, que jamás volvería a presumir ni brillar a costa del sufrimiento ajeno. Antes bien, iba a esforzarme en utilizar mi energía para intentar hacer un poquito más agradable la existencia de quienes me rodean. Y por eso me aprendo el nombre del panadero, y me fijo si la chica que trabaja en la perfumería lleva una blusa nueva. Por eso sonrío a cualquiera que se me cruza y parece desgraciado. E intento que las personas que he querido y han muerto sigan de algún modo entre nosotros. Me preocupo por la gente, sí. Pero como me vuelva a pedir otra vez la toalla ese matón de discoteca se la voy a meter por el ojo del culo y luego voy a darle patadas hasta que la salga por la boca. Que no se confunda conmigo, ni él ni nadie. Que yo soy bueno porque quiero, porque me sale de los mismísimos huevos.

Panizo se ha olvidado de que están paseando por en medio de la calle Treviana, Parque de San Juan Bautista, Mad Madrid, y ha terminado su perorata a gritos, como una arenga dirigida al universo entero y no a un ser concreto, al bueno de Ringo, que ahora se aleja un poco de él, algo asustado. Y también observan con prevención, algo asustados, a Panizo los siguientes figurantes, a saber: una pareja compuesta por un gordo cincuentón y una adolescente de piel oscura y tripa en esfera, una anciana que camina con dificultad a causa del lastre que le supone llevar dos enormes bolsas de supermercado, un adolescente que hacía footing y cuya camiseta blanca está empapada en sudor. Todos se han detenido para mirar hacia Javier Panizo, quien, ya absolutamente desahogado, les devuelve una mirada radiante, añorando tan sólo no tener a mano un cajón en el que subirse para continuar explicando su filosofía de la vida como hacen los hombres libres en el civilizadísimo Speakers Corner, Hyde Park, Londres.
-Guauu.
-¿Qué pasa, Ringo?
-¡Gua, guau!
Los ladridos de Ringo le devuelven a la realidad. No es cuestión de seguir hablando en voz alta con un perro. Y aún menos oportuno sería acercarse al adolescente y preguntarle que música escucha mientras hace footing, o interesarse por cuanto tiempo le falta para dar a luz a la mujer africana que camina del brazo de un hombre que podría ser su padre. Y desde luego no va a acercarse hasta donde está la anciana -saldría corriendo y gritando- para ayudarla a cargar con las pesadas bolsas del supermercado. Moderación, ese es lema para hoy en la vida de Javier Panizo.
-Vamos, Ringo, que ya es hora de regresar a casa.
Y Ringo ladra alegre, mueve la cola, e intenta de un salto alcanzar a Panizo, que ahora se pone a jugar con él. Le coge de las patas delanteras, le obliga a ejecutar un paso de baile.
Los transeúntes, terminado su papel en esta breve historia, han reanudado su camino y ya apenas son visibles cuando Javier lleva al perro de regreso a casa de sus tíos, donde una o dos veces cada mes va a buscarlo para llevarlo a dar una vuelta. Un chucho callejero que una vez recogieron sus primas -Isabel, Marta y María- siendo niñas y que Javier se empeña en seguir sacando a pasear aunque ya lleve veinte años muerto, como llevan también muchos años muertas dos de sus tres primas, a pesar de que Javier Panizo se niegue a aceptarlo y pretenda intentar resucitarlas fingiendo que habla con ellas, que están todavía viviendo en su pequeña casita de la calle Treviana, como finge que saca a pasear a Ringo, que ahora corre escaleras arriba con la correa en la boca y es por ello, porque lleva la correa sujeta entre las fuertes mandíbulas, que Javier no le vuelve a oír ladrar mientras se aleja del portal que tantas veces le vio reír y llorar, en compañía de sus primas y Ringo, cuando todos eran cachorros y niños.