Homenaje
(La Javier Panizo Collection)


Panizo, Javier Panizo, profesor por vocación y ensayista por equivocación, odiaba los bancos desde que su abuelo Ernesto rompió ante sus incrédulos ojos de niño el cerdito donde guardaba sus ahorros y le obligó a acompañarle hasta una sucursal del Banco Exterior donde entregó hasta el último céntimo a un hombre con gafitas y dientes de rata que a cambio dió al pequeño Panizo un cuadernito con números. Javi Panizo, naturalmente, protestó por tan injusto cambio, provocando las risas de su abuelo y ganándose una colleja no demasiado cruenta cuando empezó a gritar a voz en cuello que él quería su dinero, que ese señor de las gafitas y dientes de roedor en connivencia con su abuelo le habían robado sus "ahorros de toda la vida".
Ya de adulto, y tras largos años de guardar su dinero en latas de galletas, entre páginas de libros o bajo el colchón de la cama (para alegría de la asistenta y las polillas), había logrado superar su trauma infantil respecto a las entidades financieras pero aún así prefería relacionarse con las máquinas, con los asépticos y tramposos cajeros automáticos que con los empleados del sector más filisteo de la ya muy filistea sociedad moderna. Claro que para determinados asuntos: suplicarle al director de su sucursal que no ejecutase la hipoteca que gravitaba su humilde aunque agradable casita o ingresar un cheque -en este caso desconfiaba más de las máquinas que de los seres humanos- no le quedaba otro remedio que pasar por la oficina y revivir el espanto de aquella mañana aciaga de su niñez en la que el abuelo mató al cerdito y convirtió su contenido en números sobre papel. Normalmente sólo se relacionaba con los empleados de la sucursal sita enfrente de su pequeña pero agradable casita, cuyo director amén de tocayo era también amigo, pero a la sazón -agosto- Panizo pasaba las vacaciones en la casa de verano de sus padres y su editor, el único en toda Europa que continuaba atreviéndose a publicar sus ensayos, le había dado un tan suculento como injustificado adelanto por su última obra, Todos seremos mestizos, por lo que se vio obligado a dirigirse a una oficina de la Caja donde no conocía a nadie. Demoró el trago cuantos días le fue posible; hasta que los números, esos mismos números culpables de la muerte de su cerdito de barro, comenzaron a acercarse peligrosamente a cero. Y así una mañana calurosa y cegadora, haciendo de hígado y tripas corazón, atravesó la puerta del moderno establecimiento y se puso en la larga cola formada ante la caja. Allí estaba el profesor Panizo, con su miopía no corregida pues había olvidado ponerse las lentes de contacto, cuando vio en lo alto de una mampara transparente el signo inequívoco de homenaje a su amado Cervantes: la X grande y roja que para festejar el cuarto aniversario de la publicación de El Quijote ahora florecía en los lugares más insospechados; hasta en los bancos, pensó Javier Panizo satisfecho. Ya iba a felicitar al bancario responsable cuando al acercarse a la pegatina descubrió que la gigantesca X no homenajeaba a Don Quixote, sino que su función era tachar. Sí, tachar. En el banco -ah malditos- no sólo te quitaban el dinero e ignoraban el cuarto aniversario del patrón de Sancho Panza, sino que además estaba prohibido, terminante prohibido, fumar.


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