Despistado
(Una aventura fantástica de ese individuo llamado Panizo, Javier
Panizo)
(La Javier Panizo Collection)
En agosto de dos mil uno sucedió que el vaso de la piscina olímpica
del Real Club Canoe se vacío súbita e inexplicablemente
-(de un modo tan poco creíble como cuando se derrumbaron las
Torres Gemelas de Nueva York un mes y pico después)-
provocando, claro, contusiones de distinto pronóstico y gravedad
en todos los bañistas, que cayeron a plomo sobre el aún
húmedo fondo de azulejo. ¿En todos? No, hubo una excepción:
el señor Javier Panizo no sólo no cayó a plomo
cuando desapareció el agua del vaso sino que para pasmo y asombro
de cuantos pudieron contemplarlo continúo nadando, hasta completar
sus mil metros de ejercicio diarios, como si la piscina continuase llena
de agua y no se la hubiese bebido el suelo de Madrid de un solo trago.
Llegó a realizar, Javier Panizo, tres largos de cincuenta metros
completos sin el auxilio de una sola gota de agua, y únicamente
al ir a posar la punta del pie derecho en el suelo, por fortuna en la
parte que menos cubre de la piscina, advirtió Javier que sucedía
algo inusual; aunque hasta que no se izó sobre el borde no fue
consciente de la gravedad y extravagancia de lo sucedido.
Enseguida los presentes comenzaron a hablar de milagros, alucinaciones
ópticas, y hasta hubo quien insinuó que Javier Panizo
no era un ser común, sino un diablo, o un espíritu celeste,
o tal vez un duende burlón capaz de hacer magias imposibles para
los humanos. Panizo primero sonreía, sin comprender, halagado
por una parte ante los insólitos calificativos que se le atribuían
y preocupado por otra ante el baile de camillas y la música de
las sirenas del Samur. Pero una vez que se hubo despejado el campo de
batalla, porque aquello parecía un auténtico campo de
batalla, se enfrentó, ya casi enfadado, con los periodistas que
habían aparecido de modo tan rápido e insólito
como se había desaguado la piscina, para negar cualquier tipo
de excepcionalidad referente a su persona.
-Oigan. Yo no soy nadie especial. Toquenme si quieren. Carne y hueso.
Ni ángel, ni duende, ni diablo, ni puñetas en vinagreta.
Soy un tipo común. Y para mayor precisión uno de los peores
nadadores que vienen a esta piscina, como le podrá decir cualquiera.
Despistado, eso sí, lo admito. Soy muy despistado. Y simplemente
no me dí cuenta que había desaparecido el agua. Cómo
comprenderán ustedes si me hubiese dado cuenta ¡no habría
continuado nadando!
No me creo que
ni tampoco que... pero da igual
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