Carta del Banco
(The Javier Panizo
Collection)
Javier Panizo, profesor, ensayista, intelectual,
un hombre que se pretende bueno y hasta lo consigue de vez en cuando,
regresa un mediodía cualquiera a su casa tras pasar una hora
en el gimnasio; mens sana in corpore sano. Está contento, de
buen humor y con el cerebro flotando en endorfinas. Llama al ascensor
y mientras espera abre el cajetín del correo con una llave que,
naturalmente, gira mal. Publicidad engañosa (le han tocado a
usted una moto, un viaje a Hawai y un elefante que se tira cuescos con
aroma a mandarina; para hacerse con ellos sólo tiene que pasarse
por el hotel talpascual, y dese prisa porque nos gusta timar a los ignorantes
lo más rápido posible), un ejemplar de la mejor revista
gratuita del momento (el "yonosoytonto", una delicia sin apenas
letra llena de ofertas increíbles, fondo rojo y fotos a todo
color), y una carta del banco. Nada peligroso. Porque abrir el correo
-electrónico o físico- siempre tiene un punto de riesgo:
puede aparecer una multa, la petición de un pariente solicitando
dinero o hasta un sobre con una uña de rata infectada con el
"virus" de la rabia. Panizo entra en el ascensor, son seis
pisos, mirando números. Ay, cuanto gasta -y sin darse cuenta,
como quien no quiere la cosa, abre el grifito del agua para limpiarse
de una mota de polvo las yemas de los dedos- a causa de las domiciliaciones
fijas, los pagos con la tarjeta de crédito y demás zarandajas.
Repasa, distraído, la lista de cargos más bien pequeños
pero siempre constantantes cuando sus ojos enlentillados resbalan sobre
una cifra inesperada: 5 euros, a cuya izquierda aparece un concepto
aún más inesperado: Comisión Mensual Cuentas Claras,
y en más pequeñito, debajo y sin negrita, CUENTAS CLARAS
BASICO INDIVIDUAL.
Panizo monta en cólera. El mens sana logrado gracias al esfuerzo
realizado en el gimnasio se disipa como agua en un desierto. Las endorfinas
se transforman en anfetaminas. Quiere venganza, justificia, ¡sangre!
Llama al número de "atención al cliente" (un
902, que debería ser gratuito pero es más caro que una
llamada local; porque si el cliente insatisfecho quiere que le atiendan,
que pague, oigan). Y empieza a explicar con voz tan clara como indignada
que él jamás ha contratado ningún servicio de Cuentas
Claras ni Oscuras, que es ilegal cobrar comisiones que no estén
pactadas por contrato; la señorita le ha respondido que "mandaron
unas cartas ofreciendo el servicio y a quien no respondía se
le aplicaba el servicio automáticamente".
-¿Les parecería bien que yo les mande una carta y si no
me responden, supongase que soy el estado, les quitase una cantidad
de dinero mensual e impunemente?
A la señorita no le parece nada. Y entonces Panizo -vuelven las
enforfinas, vuelve el ser humano, el pensador, el humanista, ¡vuelve
el hombre!- advierte que está cayendo en una trampa. Los gritos,
la cólera, la mala leche de los clientes exprimidos por el banco,
o la megaempresa de turno, los recibe siempre un pobrecito o pobrecita
a quien explotan y pagan un sueldo de miseria. Y logra controlarse,
le pide perdón, le dice, y se lo dice de corazón, que
le perdone, que ya sabe que ella no tiene la culpa, que no es ella quien
ha diseñado el "timo" (no se le ocurre calificarlo
de ninguna otra manera), ni quien se mete los 5 euros en el bolsillo.
Que intentará atacar a quien se lo merece, perderá una
mañana poniendo la correspondiente denuncia ante el Banco de
España, se lo dirá a su amigo el ensombrerado columnista
de Cambio16, Javier Puebla, y que, por favor, no se preocupe por nada.
Ella se lo agradece. Le agradece que le trate como a un ser humano y
no como un balón de fútbol que sólo sirve para
recibir patadas. Pasará copia de la reclamación. Panizo
vuelve a disculparse, filosofa un poco con la chica anclada al teléfono
en algún lugar ignoto, y hasta deja las nueve cifras de su móvil,
por si en el banco quisieran ser humanos, o astutos, y rectificar, y
ambos -Javier Panizo, la señorita- se despiden quizá no
como amigos pero sí como tripulantes de un mismo y muy zarandeado
barco. "Que tenga usted un buen día, señorita".
Y, oh sorpresa, en el banco de las bés y la uve, rectifican.
La señorita Pilar, a quien conoce pues suele atenderle y con
eficacia en su sucursal, deja un recado en el móvil de Panizo.
"Disculpenos. Le devolveremos inmediatamente la cantidad retraída
de su cuenta". Já. Las buenas intenciones con las que Satán
tan alegremente empedró la extensión infinita del Infierno.
Un mes después a Panizo no le han devuelto el dinero; así
que "mañana" perderá las horas que sean necesarias
para recuperarlo; y -nobleza obliga- presentará la denuncia ante
el Banco de España contra los taimados filisteos a quien tan
ingenuamente confía Javier Panizo, como otros muchísimos
ciudadanos exprimidos, el cuidado del dios de nuestro tiempo: su dinero.
Sí, Panizo mañana luchará contra las sombras y
el viento. Mañana.
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