La Relatividad, 28 de noviembre 2005, La Opinión


Yo solo nada puedo

El próximo miércoles día 30 me toca gran baile de salón: presento en sociedad a Blanco y Negra, una novela corta y diecisiete relatos; y gracias al hermano de mi buena amiga alhameña, Magdalena Sánchez-Blesa, he conseguido que la puesta de largo se realice en el lugar más prestigioso y de moda, a fecha de hoy, en la Villa y Corte. Me refiero, naturalmente, a la celebérrima, vanguardista y ultra eficaz Casa Encendida, la Casa Encendida, que amén de gestionar la obra social de CajaMadrid se ha convertido en el buque insignia de la cultura en la capital; e incluso en la totalidad del reino que todavía abarca las regiones vasca, catalana y valenciana (en el futuro Dios y los políticos dirán). En un principio la puesta de largo no tendría porque tener mayores problemas si yo no fuese como soy: un tipo absolutamente incapaz de ver la realidad tal como es y empecinado por explicarle al mundo que tiene que ser de otra manera. Dicho de otra manera: un soñador. O de otra más cruda: un colgado. Sí, un poco colgado tengo que estar, o un mucho, porque cuando me ofrecieron una sala para cincuenta personas puse cara de "a mí no me des limosnas ni salitas pequeñas, que yo he vendido ocho mil ejemplares de mi anterior novela y lleno el triple".
¿Llenas el triple, Javier Puebla, Javierito Puebla, Javier Panizo? Pues te vas a enterar. Quieres triple pues toma triple.
-El auditorio.
El auditorio. El salón de actos. La sala más importante y grande del edificio. El miércoles 30 y a las 20,30; el mejor día y la mejor hora. ¡Toda para ti!
¡Para mí! Salí hinchado como un pavo y en mi miopía que roza la ceguera tardé varios días en darme cuenta que en lugar de pavo soy gallina, gallina mojada, y que llevar a ciento cincuenta personas a la presentación de un libro es algo que quizá consigan Dan Brown, Pérez-Reverte y algún otro, pero no el resto de la profesión. Traté de animarme, mis plumas de gallina mojadas, echando gargajos por el pico atragantado, pensando que había conseguido -eso sí- que me presentase el mejor showman que conozco, Emilio Pascual, el mismo que me hizo el honor en la presentación del Nadal, y allí sí que había doscientas personas y venimos setenta y ocho libros (pero era el Nadal). Mi editor, José María de la Quintana, que ya me va conociendo, puso toda su maquinaria en marcha para ver si la gallina volvía a transmutarse en pavo.
-Dos posters gigantes de un metro veinte por noventa, doscientos tamaño A3, quinientas invitaciones en cartoné y dos mil flyers.
-Marchando cocina.
Mis amigos Jesús Urceloy, Paco Sevilla y Nacho Fernández, los mayores agitadores culturales de la ciudad, repicaron mi e-mail de invitación a través de sus gigantescas listas de correo. Y gracias a ellos, a todos ellos, quizá no queden demasiadas plazas libres el miércoles 30, a las 20,30 en el salón de actos de La Casa Encendida. Pero, en cualquier caso, voy a intentar no olvidar que yo solo nada puedo, que la vida, como el cine, es suma de inteligencias y voluntades y que hincharse como un pavo... sólo sirven para que te acaben trinchando en una mesa de señoritos cuando llega Navidad.