Nuestros
Pequeños Mundos
(Columna navideña)
El mundo, para cualquiera de nosotros, se limita en realidad
a las personas que nos rodean, a quienes nos conocen y conocemos. Ese
es el mundo, el mundo real, y luego hay otro, afuera, ficticio, al que
se accede o se parece acceder cuando se logra el éxito o la fama;
y digo que es un mundo ficticio pues aunque es posible que cuando alguien
se acerca a un escritor, director de cine, actor, deportista o columnista
famoso, es raro, muy difícil, por mucho que le haya leído
o seguido su carrera, que le "conozca". Y lo que resulta evidente
es que el escritor, director de cine, actor, deportista o columnista famoso
no "conoce" en absoluto a esa persona anónima que se
le acerca y cuya opinión, emocionalmente, apenas puede afectarle;
es por ello que algunos fans llegan hasta el extremo de disparar contra
sus ídolos, porque con las palabras, los gestos, raramente pueden
afectarle.
Al hilo del anterior el pasado viernes día diecinueve de diciembre
me permití el lujo, tras cuatro años y varios meses de lucha
ininterrumpida no ya por lograr la fama sino por intentar vivir de mis
humildes capacidades creativas, me permití el lujo -repito- de
convocar en la cada vez más célebre Casa Encendida a alguna
de la gente que conozco y vive en Madrid -como yo en la actualidad- y
tiene una relación conmigo más o menos continuada, para
enseñarles, compartir con ellos, mis dos últimos inventos:
una jaula-tarjetero, diseñada para completar el disfraz de Cazador
de Cuentos que utilizo hace ya tres años, y en la que caben sin
estorbarse unos a otros nada menos que cien relatos diferentes; y un cortometraje,
una comedia de verano sin pretensiones titulado Extraterrestres, que rodé
el pasado agosto y he estado montando y sonorizando durante casi cuatro
meses.
Curiosamente, quizá simple casualidad, faltaron a la convocatoria
algunos de mis amigos más célebres, y no voy a hacer el
feo de mencionar aquí sus nombres concretos, pero a pesar de esas
pocas ausencias sala de grandes ventanales atravesados por el murmullo
siempre irritado del tráfico madrileño, se vio absolutamente
desbordada de público. Me sorprendió, confieso, ver que
tengo tantos amigos; yo, que me considero un solitario. Estaban ...todos,
bueno, los que viven en Madrid. Todas las personas que aprecio y ante
las que de algún modo respondo y me esfuerzo para que, si algún
día consiguiese algo, mi pequeño éxito, mi supuesta
fama, fuese también su pequeño éxito, su supuesta
fama. Y lo conseguí. Ovación cerrado. Las jaulas-tarjetero
de El Cazador de Cuentos pasaron de mano. La película fue una sonrisa
de quince minutos. Triunfamos todos. Javier Puebla y todos los que forman
parte de su pequeño mundo, de su mundo real; esos que me conocen
y saben que se pueden asomar sin temor a mi mirada, antaño terrible,
y hoy en calma. A todos ellos, y también a los que habrían
acudido si hubiésemos estado en la misma ciudad -y pienso en Murcia
y en Nueva York especialmente- quiero dedicarles esta columna, agradecerles
su apoyo y desearles unas navidades, si no felices, al menos mágicas.
Publicada
el último lunes del año 2003 en el diario La Opinión |