Los Hombres
Libres No Son Famosos
Ni los hombres ricos tampoco. Los hombres libres no son famosos.
Los hombres libres no son ricos: el big money no otorga en absoluto
la libertad. La fama es un yugo. Así pues ¿a quién
puede interesar en estos tiempos mercantilistas y mediáticos
ser libre? A casi nadie. Casi nadie se resistiría a vender
su libertad -teórica libertad- a cambio de fama y/o dinero.
Personalmente me he resistido muchos años, mucho tiempo,
muchas batallas a utilizar mi libertad -lo más amado,
la ostia, como cantaba Serrat- como moneda de cambio. He sido
alguna vez moderadamente millonario: pero siempre he utilizado
el dinero, hasta agotarlo, agostarlo, en comprar tiempo y libertad.
Y ahora una pequeña fama como escritor -de repente estoy
posicionado, me dicen, de modo excelente en nada menos que dos
prestigiosos concursos- me acecha y me asusta y me preocupa.
Y ese miedo, esa preocupación nada tiene que ver con
la timidez, la modestia o la falta de capacidad para llevar
el peso de la púrpura, como gustaba decir un viejo amigo
que ejercía como jefe de un organismo ministerial. La
posible fama acechante me asusta y preocupa porque me robará,
si en verdad la logro, más libertad, más tiempo,
más "sueños de despierto".
Sé que a muchas de las personas que me conocen, y en
ese grupo incluyo a intelectuales, burgueses de alto y medio
copete, artistas, banqueros y políticos, les asombra
mi admiración, mi afecto sin restricciones, hacia algunos
individuos que ellos consideran parias, colgados, desechos de
la sociedad, hombres y mujeres con los que me relaciono con
igual, o mayor intensidad, que con los individuos más
influyentes. Y la explicación de esa admiración,
casi amor, hacia borrachos endémicos, solitarios que
jamás dan un palo al agua, soñadores que apenas
tienen para comer y demás fauna de mi más íntima
predilección -en muchas ocasiones les he dedicado unas
líneas en este u otro periódico o revista- es
muy simple. Les admiro, les quiero, porque son libres. Libres.
Libres. Libres.
La libertad, evidentemente, está reñida con el
entramado social; ahora y siempre. Y el precio es la pobreza
y la marginación. Quizá esas personas a las que
admiro y aprecio como libres no lo sean de verdad, sea sólo
mi imaginación, mi punto de vista deformado de soñador
perpetuo que los ve así. Quizá la libertad en
el ser humano sea un espejismo, una palabra bonita y gastada
que se desliza con agradable suavidad entre nuestros dedos.
Quizá. Entonces la única libertad posible que
nos quedaría sería la de nuestros sueños:
volaré, seré un cineasta famoso, tendré
una empresa, mataré al miserable que me ofendió...
Sueños. A medida que pasan los años me voy convenciendo
cada vez más de esto último, de que el ser humano
sólo puede ser libre en sus sueños; y es por ello
que creo que el humilde oficio que he escogido, y para el que
vivo (más del que vivo), el oficio de narrador de historias,
tiene su importancia. Porque los novelistas, los cuentistas,
pintores, cineastas, tenemos esa función: alimentar los
sueños. Los sueños propios pero también,
y sobre todo, los sueños ajenos.
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