Ppublicado en Cambio16 enero 2005, último número y La Opinión

Los Hombres Libres No Son Famosos

 

Ni los hombres ricos tampoco. Los hombres libres no son famosos. Los hombres libres no son ricos: el big money no otorga en absoluto la libertad. La fama es un yugo. Así pues ¿a quién puede interesar en estos tiempos mercantilistas y mediáticos ser libre? A casi nadie. Casi nadie se resistiría a vender su libertad -teórica libertad- a cambio de fama y/o dinero. Personalmente me he resistido muchos años, mucho tiempo, muchas batallas a utilizar mi libertad -lo más amado, la ostia, como cantaba Serrat- como moneda de cambio. He sido alguna vez moderadamente millonario: pero siempre he utilizado el dinero, hasta agotarlo, agostarlo, en comprar tiempo y libertad. Y ahora una pequeña fama como escritor -de repente estoy posicionado, me dicen, de modo excelente en nada menos que dos prestigiosos concursos- me acecha y me asusta y me preocupa. Y ese miedo, esa preocupación nada tiene que ver con la timidez, la modestia o la falta de capacidad para llevar el peso de la púrpura, como gustaba decir un viejo amigo que ejercía como jefe de un organismo ministerial. La posible fama acechante me asusta y preocupa porque me robará, si en verdad la logro, más libertad, más tiempo, más "sueños de despierto".
Sé que a muchas de las personas que me conocen, y en ese grupo incluyo a intelectuales, burgueses de alto y medio copete, artistas, banqueros y políticos, les asombra mi admiración, mi afecto sin restricciones, hacia algunos individuos que ellos consideran parias, colgados, desechos de la sociedad, hombres y mujeres con los que me relaciono con igual, o mayor intensidad, que con los individuos más influyentes. Y la explicación de esa admiración, casi amor, hacia borrachos endémicos, solitarios que jamás dan un palo al agua, soñadores que apenas tienen para comer y demás fauna de mi más íntima predilección -en muchas ocasiones les he dedicado unas líneas en este u otro periódico o revista- es muy simple. Les admiro, les quiero, porque son libres. Libres. Libres. Libres.
La libertad, evidentemente, está reñida con el entramado social; ahora y siempre. Y el precio es la pobreza y la marginación. Quizá esas personas a las que admiro y aprecio como libres no lo sean de verdad, sea sólo mi imaginación, mi punto de vista deformado de soñador perpetuo que los ve así. Quizá la libertad en el ser humano sea un espejismo, una palabra bonita y gastada que se desliza con agradable suavidad entre nuestros dedos. Quizá. Entonces la única libertad posible que nos quedaría sería la de nuestros sueños: volaré, seré un cineasta famoso, tendré una empresa, mataré al miserable que me ofendió... Sueños. A medida que pasan los años me voy convenciendo cada vez más de esto último, de que el ser humano sólo puede ser libre en sus sueños; y es por ello que creo que el humilde oficio que he escogido, y para el que vivo (más del que vivo), el oficio de narrador de historias, tiene su importancia. Porque los novelistas, los cuentistas, pintores, cineastas, tenemos esa función: alimentar los sueños. Los sueños propios pero también, y sobre todo, los sueños ajenos.

 

Publicada en La Opinión y Cambio16.

La columna, en Cambio16, lleva por nombre BAJO MI SOMBRERO