Algunos Seres Humanos
Me sucedió ayer. Ayer para mí;
no para quien en un momento que yo desconozco decida leer
esta columna. Ayer para mí, insisto. Me había
levantado insólitamente temprano, dado que durante
los últimos siete años para mí madrugar
consistía en levantarme a la una. Pero ayer me tocó
llevar a mi cachorro a la guardería. La chica que hasta
la fecha se encargaba de hacerlo nos comunicó, vía
recado en el móvil, que cómo ya le habíamos
conseguido "los papeles" nos podíamos ir
a tomar por culo, porque quería ganar por 40 horas
semanales 800 euros al mes, no 700. Confieso que
no me habría importada pagar; para mí no madrugar,
tener la noche a mi disposición (ese tiempo y oscuro
y de apariencia ilimitada), siempre ha sido prioritario. Pero
mis arcas comienzan a dejar ver los fondillos; el dinero que
conseguí acumular -al modo de Rimbaud-
durante mis años de trabajo diplomático en África
comienza a molestarse cada vez que lo pellizco; así
que opté por una decisión que para cualquier
otro habría sido un "nada" pero para mí
era heroica: renunciar a la noche (cuando escribo; sueño
mientras los demás duermen); renunciar a mi más
amada forma de vida. Pero todas las monedas tienen dos caras.
Hubo una primera mañana espantosa, pero la segunda,
la de ayer, resultó una delicia, pues sucedió
que ...(así empezaría un cuento).
Sucedió que... pasé
a visitar a Javier, el director de la sucursal de CajaMadrid
situada frente a mi casa, que me había pedido que le
llevase mi nuevo libro, Blanco y Negra, y
asegurado que tenía intención de regalar a todos
sus subordinados un ejemplar del anterior, Sonríe
Delgado, por Navidad. Pensé
que lo hacía por apoyarme, generosidad de poderoso,
pero –inesperadamente- me explicó la verdadera
razón, el motivo secreto de su gesto. Cuando compró
mi libro llevaba diez años sin leer uno entero. Nada
menos que diez años. Y el mío –mi malévola
novela protagonizado por un asesino de impecable ética
personal- se lo leyó en dos tirones. Ahora lee con
frecuencia. A diario. Creo que es lo más bonito que
me ha pasado desde que he vuelto a dedicarme profesionalmente
a este oficio de tinieblas. Que el haber sido finalista del
Nadal, todo lo que he luchado y lucho cada día, había
merecido, merece, la pena. Que crear "sueños"
para los demás (el trabajo de un narrador) sigue teniendo
sentido e importancia. Que a pesar de que trato con gentuza
de variado pelaje casi todo el tiempo también me cruzo
a veces con seres humanos capaces de anteponer el corazón
al dinero cuando la ocasión lo requiere. Y con las
palabras de otro soñador y ser humano, mi amigo Manuel
Domínguez Moreno, voy a permitirme cerrar
esta columna. Son de su libro "La Revolución
de las Conciencias", y dicen así: Si
se encuentra capacitado para vivir y ser libre siga adelante.
Siga adelante y que su voz se oiga en sociedad. Por
Manuel, por Javier, y –en general- por todos los que
me leen y disfrutan al hacerlo, por ellos, por usted... Voy
a seguir. Hacerme oír y seguir adelante. Mientras me
quede un hálito de fuerza. Adelante. Siempre adelante.